Texto íntegro del discurso de la ceremonia de entrega de las medallas | Presidente del Principado

Javier Fernández

La pluralidad enriquecedora de Asturias

La noticia del periodista que se convirtió en noticia saltó la mañana del 3 de agosto, cuando el Consejo de Gobierno decidió conceder la Medalla de Oro de Asturias a José Manuel Vaquero. La historia, buena historia, que tenía el Ejecutivo en sus manos la completaban seis nombres, galardonados con plata: las cooperativas El Orrio y Campoastur, el pintor Alejandro Mieres, la Fundación Banco Sabadell, la Asociación de Ayuda a Personas con Parálisis Cerebral y Laureano Víctor García Díez, presidente de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago Astur-Galaico del Interior.

Éste es un discurso de agradecimiento. Cada verano, el Gobierno señala a unas cuantas personas con el índice. Las fuerza a endomingarse, a guardar asiento un rato largo en un escenario horneado de focos e incluso a apurar el trago de hablar en público. Son quienes decidimos que merecen las medallas de Asturias, la orla institucional que ampliamos cada septiembre con los retratos de los que consideramos nuestros mejores. Así que las primeras palabras son gracias por su ejemplo; gracias, también, por estar aquí.

De la acción de gracias a la injusticia. Cada año perpetramos una, premeditada. Nos obligamos a una elección que jamás será plena. Nunca podremos distinguir a todos los hombres y mujeres dignos de protagonizar este acto. La estadística calcula el margen de error. El desconocimiento y los olvidos también nos desvían al fallo.

Esa certeza de la injusticia inevitable nos impone la obligación del esmero: ser escrupulosos, deliberar desguarnecidos de anteojeras y sin echar cuentas a provecho propio. Cumplidos esos requisitos, afirmo que quienes comparten este escenario se han ganado que les reconozcamos como personas y colectivos ejemplares.

José Manuel Vaquero, les conté al principio, es periodista, circunstancia que quizá alguien, alienígena o no, ignore en este salón. No se rían: nunca den un dato por supuesto. Y no es un detalle menor. Un periodista tiene el deber de incomodar al poder, sea político, religioso, judicial, militar, parroquial o, añado, mediático, que también manca. Si pregunta, molesta y si informa, molesta. Vaquero ha sido, es, periodista muchos años y por lo tanto ha molestado mucho. Si vale mi testimonio, como un tábano o una mosca, sin posarnos en más partes. En este caso, por saludarlo como no manda la buena educación, el gusto era suyo y la molestia, mía.

¿El Gobierno de Asturias otorga la Medalla de Oro a un periodista incómodo? Pues no, ése no es el titular, halagador para el gremio. En el periodismo uno puede ser molesto y malo, una combinación espantosa, o molesto y bueno, que es peligrosísimo para el interrogado. Vaquero representa la segunda categoría, la de alto riesgo. Ahora bien, tampoco aquí está la noticia. Que haya sido buen periodista incómodo tampoco es la noticia de esta medalla.

¿Se preguntan dónde está? Pues la noticia está en LA NUEVA ESPAÑA.

La medalla de oro premia al hombre que acertó convertir LA NUEVA ESPAÑA en uno de los mejores periódicos nacionales. Que Vaquero no lo logró solo es obvio; que lideró ese proceso durante tres décadas y que lo personifica como nadie, indiscutible.

Los sentidos se acomodan rápidamente a lo bueno, se regalan la vida muelle y se vuelven de un exquisito insoportable. Los sentidos, unos picajosos, no valoran aquello a lo que se habitúan. Por costumbre de años, quizá no calibremos el mérito periodístico y empresarial que supone que una Comunidad Autónoma con un millón raspado de personas cuente cada amanecer con uno de los diez diarios más importantes de España (también vale la pantalla, pero convengamos en que ésta es, sobremanera, una historia impresa: huele, entinta los dedos, quiere codos desplegados en la barra del bar para afincar la posición sobre las páginas manchadas de café). El capitán de esa aventura empresarial y periodística -¿qué es una aventura sin capitán?- es quien recibe la Medalla de Oro de Asturias.

Sobre la capacidad de LA NUEVA ESPAÑA para compaginar la información local y global, que no es un par antagónico, se ha escrito mucho. La evidencia no necesita realce. Prefiero destacar otro rasgo muy acusado y que, extraño, se enfatiza menos. Como el oficio del periodismo tiene sus escolásticos, aclaro que no rivalizo: ofrezco una explicación simple y parcial del éxito de LA NUEVA ESPAÑA. Una empresa periodística suma publicidad, distribución, impresión y unos cuantos factores concurrentes más. Cuanto mejor sea cada uno de ellos, mejor será también el resultado del conjunto. Hasta ahí, todo puede alcanzarse con medios y la recluta de buenos profesionales. Ahora, para elevarse a la difusión y al alto número de lectores de LA NUEVA ESPAÑA es necesario algo más que sólo lo proporcionan la intuición, el olfato, la destreza para pellizcar el trigémino de la atención pública, nómbrese como se quiera. Dicho en pomposo, una comunión con la sociedad que no se alcanza sólo con un producto bien facturado. Ignoro la fórmula magistral, pero en una comunidad como Asturias, con una sociedad civil trabada y heterogénea, un principio activo básico ha de ser el pluralismo. No se trata de la línea editorial, que es cosa distinta. No confundamos: la opinión del periódico es la del periódico, y la de cada lector, la suya. Intuyo que el respeto de LA NUEVA ESPAÑA a la pluralidad, su voracidad, más que capacidad, de acogida para pedir, fomentar y confrontar pareceres para reflejar la discrepancia sin almenar al periódico en un búnker de su propio criterio es clave en su éxito. Eso también se llama ejercer la libertad de expresión. Vaquero supo utilizar esa libertad germinal de la democracia en beneficio de LA NUEVA ESPAÑA al no convertirla jamás en coto exclusivo. Hace falta habilidad para que la orientación del periódico, por marcada que esté, nunca haya degenerado en una alambrada para las demás opiniones, y ahí ha estado también la buena maña de José Manuel Vaquero.

El pintor Alejandro Mieres, Medalla de Plata de Asturias, es muestra de libertad de expresión consciente y decidida, en todos los aspectos. Para el Gobierno ha sido un honor tener la oportunidad de distinguir a este palentino que ha hecho de Gijón su hogar, también pictórico, desde hace más de 40 años. ¿Cómo se llama a quien amasa la luz, construye geometrías admirables de color? No doy con el nombre, pero digamos que las manos de Alejandro Mieres, catedrático de instituto hasta su jubilación, son artesanas de ese prodigio expresivo.

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