Nací y vivo en la plaza del Sol de Oviedo y quiero que sepan todos los lectores de este diario y, muy especialmente, los encargados de hacer respetar el orden público las desagradables consecuencias de vivir en dicha plaza, sobremanera por la ya persistente costumbre de celebrar en ella las casi diarias aglomeraciones nocturnas y las consecuencias que ellas producen.

Empezaré diciendo que hace unos tres años se colocó en el portal de mi vivienda una puerta nueva, sólida, de madera de castaño, en sustitución de la antigua, insegura, y hace unos meses fue medio destruida en uno de los laterales durante la celebración de una de las aglomeraciones nocturnas habituales.

Meses después nos fue obstruida la cerradura, por meter papel en ella, según dictamen del cerrajero que llamamos para su reparación. En meses anteriores, también una noche gloriosa, nos dejaron casi inservible el llamador, por estar pulsándolo hasta que cansaron.

Hace unos días, durante otra noche de lleno total de la plaza, otro noctámbulo provisto de una navaja u otro utensilio cortante se entretuvo en raspar un trozo en relieve de una parte de la puerta.

Por último, de momento, en otra noche de lleno total algún participante nos arrancó de lleno y se llevó la manilla metálica de la puerta.

Hace unos meses, un conocidísimo escritor y viajero de esta ciudad recomendaba en este diario a los guías de turismo locales que no llevaran a sus guiados a visitar la plaza del Sol para que no llevasen una pésima impresión por la situación de la misma.

Los desperfectos cada vez son mayores, y ya estamos muy cansados de esta situación, tanto yo personalmente como el resto de mis vecinos.

Los grafitis, de momento, no aumentan, no sé si por cansancio o porque el espacio disponible ya es escaso y no compensa su aplicación.

Quiero dejar constancia de la eficacia de los servicios de limpieza porque para la mañana siguiente a esas noches locas de ocupación plena dejan la plaza en perfecto estado de revista.