Tiempo de castañas

Éramos de niños unos esclavos de las castañas. Las recogíamos allí donde ni siquiera el jabalí podía meter su hocico. Había por aquel entonces -hace de esto más de medio siglo- cuatro momentos trascendentales en el campo: la yerba, el pan de escanda, el maíz y las castañas, todos ellos alimentos necesarios para la supervivencia de hombres, mujeres, niños y los animales de casa. Para Santa Cecilia ya se cerraba la música de los erizos cayendo sobre las hojas de los castañedos y no quedaba ni un fruto con que alimentar a las ardillas. Las comíamos: amagostadas, asadas, cocidas, mayucas para el año siguiente y pulguinas para los cerdos. Los amagüestus con sidra dulce eran frecuentes mientras el personal se reunía en alegres filandones. Hoy hay castañas para dar y tomar por estos valles del Trubia. Nadie las recoge. Nadie pasa hambre en la comarca. La gente sin trabajo podría sacar réditos y los ociosos unas monedas para los hambrientos de Haití. Digo.

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