La columna del lector

Formas e ideales

Las palabras y muestras de convencionalismo constituyen a menudo pesadas losas de gravedad. El éxito de grupos políticos tildados de radicales o críticos del apoltronado sistema se debe en parte a identificarse su populista puesta en escena con raudales de aire fresco y actitudes sobreactuadas que rozan lo grotesco, irreverente e histriónico. Están ahí para armarla y lo sabemos. Pero eso no obsta para ser legítimos portavoces de demandas justas invisibilizadas, pulsando de tú a tú atmósferas no demasiado protocolarias o de pajarita y chaqué.

Asistimos a la política-ficción de gestos y prefabricadas imágenes públicas y se va a la caza del minuto de gloria efectista en el horario de máxima audiencia. La vida civilizada en sociedad es y será siempre un baile de máscaras e imposturas, más o menos creíbles.

De tanto interpretar roles funcionales en la vida diaria según expectativas ajenas, nos acabamos pareciendo más al papel pegado al gélido rictus que a nuestra faz más auténtica.

Entre los jóvenes suelen triunfar generación tras generación los impulsos en la búsqueda de lo auténtico y genuino, lo verdadero y no falso, lo innovador y rompedor de moldes antiguos. Las ideologías son todas viejas: pobres, maltratados y gente llana del común protestando contra poderosos y establecidos. Gentes muy medianas, indecisas entre los "apóstoles redentores" o la inquebrantable adhesión a un orden de seguridades patrimoniales, consumo, libertades económicas comerciales. Poderosos, heraldos del culto al éxito y al dinero en la tierra, intentando hacer pasar su falta de virtudes por modelos irreprochables a imitar. Pero no quiero pontificar, pues también se trata de celebrar lo sencillo y valioso que disfrutamos, las alegrías e instantes áureos. La convivencia respetuosa en pluralismo, los ideales democráticos, que siempre son inclusivos, empáticos y jóvenes. El capitalismo es proteico y transformador: todo lo que toca lo mercantiliza y convierte en objeto de usar y tirar, incluyendo a cosificadas personas. Todo lo engulle para luego arrojarlo vendible y ya neutralizado. También es autosuperación y sacrificios, tendiendo a hacer a todo el mundo accionista y partícipe de los beneficios sociales de su imagen corporativa. Lo realmente bueno es llegar a acuerdos nobles y de envergadura, conociendo que las cartas están marcadas, no engañando o autoengañándose: nuestra deuda soberana supera el 101 por cien del PIB, la Comisión Europea exigirá nuevos recortes y el aumento de la creación de empleo va acompañado de modestísimos salarios y consabida precariedad.

Es lamentable el espectáculo incivil de apelación a las barricadas, pero convendría ser más conscientes de las desigualdades, de la necesidad de espacios comunitarios y públicos. Del "Mundo Feliz" a lo Huxley, que ya existe.

Compartir el artículo

stats