Ellos se colocan en sus sillas dejando, con gran consideración, libres aquellas que les permiten a ellas dar el servicio navideño familiar más cómodamente y que ocupan sólo de manera intermitente a lo largo del evento.

Ellas. Abuelas, madres, hijas y nietas, mujeres organizadoras, cocineras, camareras y fregadoras, responsables absolutas del evento, la previa y la posterior. Sometidas a gran estrés y frustración por la imposibilidad de disfrutar plenamente de un encuentro familiar en el que son familia y servicio. Sufren, sirven y recogen.

Ellos. Abuelos, padres, hijos y nietos, hombres asistentes y espectadores. Sentados sin intermitencias, no han organizado ni cocinado, no sirven, y no recogen. No sienten estrés ni frustración. Ríen, comen y piden.

Él, uno de ellos, muestra un mínimo sentimiento de compasión por las organizadoras supremas y acierta no a ayudar, sino a ordenar con autoridad a la más joven que ayude a sus antecesoras.

Ella, una de ellas, que ha cocinado, ayudado y servido y ahora tiene la osadía de sentarse y comer, en un arranque de dignidad feminista, se rebela y les deleita con la realidad machista del evento, la abuela sufre, la madre también, y por unanimidad se resuelve que lo que le ocurre a la sabionda revolucionaria es que la vaga no quiere levantarse. Su hermano discrepa, se levanta y ayuda, gracias.

Ellos ríen, comen y piden.

Ellas sufren, sirven y recogen.