Fernando Granda

La violencia que no cesa

Las carencias de la sociedad que alimentan el maltrato y la exhibición orgullosa de actitudes machistas

"La erradicación de la violencia de género no es una utopía". Lo señalaba hace unos meses a LA NUEVA ESPAÑA Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio Contra la Violencia de Género, durante una estancia en Oviedo. Un deseo que toda persona civilizada querría que se cumpliese. Hoy viernes, día 25, sería un buen día para celebrarlo con motivo del anual Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Sin embargo, las noticias no son alentadoras pues cada semana una mujer es asesinada en España desde hace una década. La Plataforma Feminista de Asturias se manifiesta con frecuencia en la plaza de la Escandalera contra esta monstruosidad y días atrás estudiantes de la Facultad de Derecho han organizado debates para analizar la legislación y estudiar medidas de prevención.

La violencia de género, el acoso escolar, laboral o sexual, o sea, la materialización de la prepotencia del fuerte respecto al débil, es la peor lacra humana ya que es la culminación del odio hacia la persona. Y demuestra la deshumanización del acosador, su falta de sensibilidad, la ausencia de educación ciudadana, su obsesión posesiva y autoritaria. Sobre todo, su miseria moral. Pero la lucha contra el estigma violento parece cada vez más compleja. Se argumenta que es inherente a la naturaleza de la persona, que siempre existió -en la cultura cristiana se recurre hasta Caín y Abel, el comienzo de la humanidad- y que al ser connatural es casi imposible extirparla. Se acerca el final de año y los recuentos de cada diciembre son aterradores.

Maltratar, acosar, violar, matar no son parámetros nuevos, pero sí el orgullo de hacerlo, lo que representa un grado más en su gravedad. Y si siempre se practicaba esa violencia, hoy no sólo se ejerce, sino que se presume de realizarla, se graba y difunde por las redes como un triunfo. El caso es que no se aportan ideas para erradicarla. Ni políticos ni intelectuales parecen responder a rudimentos para hacerla desaparecer. Es más, se traen a nuestro lenguaje extranjerismos para indicar que no es un trauma nuestro, sino general. "Bullying", "mobbing" y términos propiciados, principalmente, por las redes sociales y las nuevas tecnologías contribuyen a resaltar su extensión y el peligro que representan, pero no aportan nada a su desaparición ni a su disminución.

Sociólogos, psicólogos, estudiosos y pensadores de fenómenos sociales suelen rechazar que el origen o su incremento cotidiano, gran parte de esta plaga que nos invade, sea causada por el impulso, la excitación, la furia que se plasma en el cine, en la televisión, en los videojuegos y hasta en muchas imágenes propiciadas por las redes sociales.

Muchos de estos expertos desligan el fenómeno de la violencia de su proliferación en cualquier soporte gráfico. Rechazan que la minimización de las muertes, palizas, peleas, utilización de armas más o menos sofisticadas, más o menos automáticas, más o menos mortíferas, inclinen, predispongan, respalden los hechos violentos. Y niegan que así se trivialicen las luchas, guerras o combates donde se contemple (¿visualice?) cómo un personaje con un arma de disparo múltiple aniquila a decenas de personas sin pestañear.

Aunque los violentos no necesitan imágenes de apoyo. Un tuit contando que un migrante había muerto al intentar cruzar el canal de la Mancha fue contestado con mensajes como "uno menos que llega para arruinar la economía inglesa; no me da pena" y otros miles similares. Porque su actitud es consecuencia de esa "cultura" que sustituye filosofía, escritura, lectura... por fáciles imágenes, efectos especiales y un hedonismo inmediato.

La educación en derechos, en convivencia, en compañerismo está bajo mínimos. Mientras tanto se reducen los presupuestos en enseñanza, se elimina la asignatura de Educación para la Ciudadanía, se margina la filosofía o la música, otras artes pasan a ser "marías" y los videojuegos sustituyen a entretenimientos que hagan pensar.

Completa el panorama desolador actual la competitividad, la precariedad laboral, el que la contrariedad se magnifica y una diferencia de pensamiento nos hace irreconciliables. Por eso las leyes cada vez más restrictivas y superficiales, que tratan de reprobar actitudes puntuales, no sirven contra problemas estructurales como el acoso doméstico, laboral o escolar. La educación solidaria casi desaparece y surgen personajes, que predican su egoísmo contra lo que no dominan, como Donald Trump. Y cultivando esas actitudes surgen tanto el machismo y las fobias antihumanas como la violencia del ISIS.

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