Conservador del Paisaje Protegido de las Cuencas Mineras

El señor director

En defensa de Pablo García, responsable del parque de Muniellos, ante las críticas por su actuación televisiva

Confieso que no veo televisión. Me horroriza su vulgaridad, sus películas "B" -mejor "Z"- y sus malas noticias. Algún programa bueno habrá, claro que sí.

Por eso cuando me preguntaron si había visto una emisión sobre Muniellos y sus gentes respondí que no, sin más.

Entendí la pregunta cuando, a media tarde, leyendo LA NUEVA ESPAÑA, me encontré con una pequeña noticia: pedían la dimisión del director del Parque Natural de Las Fuentes del Narcea, a raíz de su participación en un programa televisivo sobre Muniellos. Pero tampoco le di más sal al cuento. Conozco al agrónomo Pablo García por razones de trabajo, aunque no en profundidad, y estaba en la idea de que era un buen profesional. "Algún lugareño que no está de acuerdo con el Parque", pensé. El periódico del sábado, en cambio, dedicaba una de sus páginas importantes -la última- al asunto. No, quienes pedían la dimisión eran unos biólogos bajo la acusación de ser "frívolo y trivial", sin tener en cuenta que salía "en calidad" de cargo público. Cuidado, la cosa prometía. Busqué el programa en internet. Me preparé un té, llené la taza con el aromático líquido dorado, y di al ratón para ver el programa sobre "Muniellos".

Las primeras imágenes eran espléndidas, sobrevolando el bosque como lo hacen las águilas. Al poco apareció Pablo García, director del Parque Natural, con su aspecto de siempre: ropa desenfadada, melena de festival de la Isla de Man allá en los sesenta, y la vitalidad saliéndole por los poros. Hasta ahí sin novedad.

El presentador del programa, un tal Jesús Calleja, era también desenvuelto e informal, tenía cara de listo, y recordaba más a Miguel de La Quadra Salcedo que a Matías Prats. Hacían buena pareja. Después fue saliendo el paisanaje -un gozo verlos-, algún artista invitado de aspecto curioso -por no decir curiosísimo-, nuestra naturaleza maravillosamente contada, y Asturias -paisajes y gentes- saliéndose de guapa. Un programa delicioso, un director del parque lleno de vida, de oxígeno, de ilusión por vivir. Toda una lección de cómo se difunde una tierra, de cómo se enamora al espectador. Me di cuenta de que Pablo García era, aparte de una persona envidiable -palabra que viene de envidia-, un magnífico vendedor de dos productos: el amor infinito por nuestra naturaleza y cómo una persona puede ser feliz con su trabajo. Sin ínfulas, entorchados ni gorra de plato.

Me gustaría conocer a esos biólogos que piden que Pablo García sea destituido. Les diría algo: conozco a muchos compañeros suyos de profesión, con algunos me une una buena amistad, y por suerte no se parecen a ustedes, no viven en el siglo XIX exigiendo moral acrisolada y maneras de cargo público, que confieso no sé muy bien en qué consisten. Les recuerdo que ya no es presidente de Gobierno don Práxedes Mateo Sagasta; ahora hay otro. Los funcionarios -yo también lo soy- somos gente normal y corriente, exactamente igual que el conductor de un autobús o que el director gerente de una empresa aeroespacial. Hombres y mujeres, nada más y nada menos. Y nuestra obligación, como la de los demás, es poner el hombro para que nuestra tierra crezca. Como hicieron todas las personas que participaron en el programa "Volando voy", a los que aprovecho para dar mi enhorabuena por llenarnos de orgullo al demostrar empíricamente que en nuestra Asturias rural hay personas maravillosas, de alma sana y grande, que trabajan con decisión para que nuestro mundo no muera, y por desvelar que hay creaciones por las que merece la pena ver televisión. Por cierto, todos salieron "en calidad" de gente grande y hermosa, vendiendo como nadie la ciencia de la vida, que en eso precisamente consiste ser biólogo. Hasta los de "Vodafone" me cayeron bien, que ya es raro.

Por cierto, cuando finalizó el programa observé que me había olvidado de disfrutar mi taza de té. Jesús Calleja, Pablo García y los demás me habían abducido con Cangas del Narcea y sus cangueses.

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