Los padres "hooligans" que acuden a los partidos de fútbol de sus hijos y se acaban convirtiendo ellos mismos en espectáculo del forofismo más desacertado pueden respirar tranquilos. Si ésta fuese otra época quizás no acudirían a los campos de alevines y benjamines con tantas ganas de cuestionar al árbitro o abuchear al contrario. El 2 de diciembre de 1943, LA NUEVA ESPAÑA publicaba una nota remitida por la Dirección General de Seguridad en la que directamente se advertía de que "serán internados en campos de concentración los espectadores que en los campos de fútbol ofendan, de palabra u obra, a los árbitros".

Corrían otros tiempos, desafortunados, pero la nota constata que los excesos en los campos de fútbol no son cosa de nuestro tiempo.

"Por informes procedentes de distintas provincias, se observa en esta Dirección General que cada día más se va poniendo de relieve una actitud antideportiva del público que presencia los partidos de fútbol, con notables manifestaciones que, por exceder de los términos correctos en que una persona medianamente educada exterioriza la emoción que en su ánimo produce la marcha del partido, no son tolerables en un concepto exacto de lo que obliga la convivencia y que la autoridad ha de reprimir con energía en cumplimiento estricto de su deber referente a la policía de costumbres".

Afirmaba el Gobierno entonces que había quienes pretendían "disculpar su inadmisible actitud" en "supuestas irregularidades en la actuación de los árbitros o jugadores", obviando que "los defectos o errores de carácter técnico que el espectador crea observar, no es él quién para enjuiciarlos y mucho menos para pretender corregirlos, tarea que corresponde al Juzgado de la Federación y al Consejo Nacional de Deportes". Y desde luego la solución no es "el insulto soez ni la contusión por objetos arrojadizos".

Parece que ya entonces las exaltaciones en la grada ya se producían "con inusitada frecuencia, quizá porque el aumento de afición lleva a los campos a gentes en su mayoría ayunas de espíritu deportivo".

Y aunque el Gobierno veía "admisible la expresión del agrado o desagrado por el desarrollo del juego", advertía de que "los agentes de la autoridad procederán sin contemplaciones a la detención de quienes se excedan realizando cualquier agresión de palabra u obra". El tiempo de internamiento en el campo de concentración no estaba fijado, pero era el suficiente para que el protagonista del altercado, "en ambiente de disciplina y trabajo", tenga tiempo para "meditar sobre el respeto que a sí mismo se debe y del que ha de exigírsele guarde a los demás". Ahí queda eso.