¿Está el fútbol en manos de Satanás? Esa pregunta la oí por la radio de camino a casa. Porque cuando la noticia es que un chaval vocación en mano casi es agredido por el entrenador de un equipo de infantiles, algo se nos escapa. Ese chaval, señores, no sólo no puso querella al entrenador, sino que le sirvió la simple disculpa de este último. Eso sí, el resultado fue que el chico decidió que no merecía la pena seguir con su vocación. ¡Qué triste, míster! Pero lo que da más vergüenza es que una madre se atreva a asentir que insultó al árbitro y no le agredió, vamos, lo normal, palabras textuales.

Pensemos, ¿alguien ha asistido a algún partido de fútbol amateur? Me refiero a partidos entre niños de Primaria. ¿Qué actitud tienen los padres? Por si no lo saben se lo digo yo: insultos, descalificaciones, vejaciones al árbitro, a los contrincantes, al entrenador del niño porque no lo saca, al entrenador contrario (otro chaval con vocación ¿o ya no?), a su propio hijo porque no atina (que son niños, insisto), entre los propios padres... Un campo minado como poco. Una escuela de moralina sin igual para los peques. ¿Pero es que algún padre poco estudiado que se precie que está en esa guisa piensa de verdad que su hijo se va a ganar la vida con el fútbol? Y lo peor: ¿un profesional del fútbol y un mentecato de mente?

Algún corto podrá pensar que el árbitro se lo merecía, que estaba en actitud chulesca y desafiante provocando a los jugadores, entrenadores y público y que le guiñó un ojo a la grada. Vamos a pensar un poco como homo sapiens sapiens: para eso están las actas del partido, no podemos imitar lo malo en el caso de que así fuera, estamos ante escolares que nos están viendo y nos idolatran y de verdad creen que lo que hacen sus mayores bien hecho está. Pues no es así.

Luego vienen las actitudes de los peques; es triste ver cómo en un partido de esas edades los jugadores se tiran a la piscina, se quejan sin motivo para provocar tarjeta, se hacen los cansados cuando van perdiendo porque no les gusta estar a las duras y pierden los papeles. A los niños hay que enseñarles y el fútbol podría ser un buen método si se les enseñaran cosas tan básicas como es el respeto, la autoestima, el juego en equipo y que nunca se rinde uno ante la adversidad. Pero hasta que el fútbol deje de estar en manos de Satanás me temo que no pasará.