Xuan Xosé Sánchez Vicente

Echa sidra nesi vasu

El mundo de la sidra ha vuelto a convulsionarse ante la subida del precio de la sidra en algunos locales. Es el de la sidra un mundo poco receptivo a novedades -recuérdese la duradera resistencia hacia el etiquetado de las botellas- y un tanto cerrado en sí, casi familiar.

Desde esa perspectiva, se entiende que los consumidores se sientan con un cierto derecho a dictaminar sobre prácticamente todos los aspectos referidos a la bebida, y, naturalmente, si es sobre el precio, más.

Con todo, en esta ocasión no ha habido tanto alboroto como en otras anteriores en que se modificó el precio de la bebida nacional. Seguramente, las novedades de los últimos años -sidra filtrada o de mesa, sidra de pera, sidra de hielo, y, sobre todo, la sidra de selección?- habrán contribuido a que la clientela fuese admitiendo que podía haber precios distintos para la botella.

La botella de sidra es un producto barato. Compárese con otras sidras, por ejemplo, las gallegas o las de Euskadi, que más que doblan el precio. Requiere, además, frente al vino, un echador y un poco más de limpieza. Ese precio -casi impuesto por la opinión de ese mundo tan cerrado a que aludimos- no sólo limita la ganancia de vendedor y productor, sino que ahoga al cosechador: cualquiera que tenga una pumarada sabe que los costos de atención y recolección -salvo en caso de autogestión- dejan en nada la ganancia, y eso sin tener en cuenta el capital inmovilizado en el suelo o el invertido en la plantación. Lo que hace prever que los precios vayan evolucionando al alza en el futuro.

Con todo, y respecto a las novedades, echo de menos la media de sidra natural. Sé la inversión y el riesgo que ello supone para los llagareros, pero acaso hay un público que bebe solo y con poco tiempo esperando esa opción, frente al vino.

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