Con los años uno llega a entender cosas cuya explicación se le ocultaba. Otoño tras otoño y primavera tras primavera pensaba uno que el cambio horario que trastoca el sueño de cientos de millones de europeos, para ahorrar cuatro euros, era sólo una sádica demostración de poder, que siempre cursa humillando en cosas inútiles. Hasta que un día, en concreto anteayer, al levantarse el que escribe y volver a gozar tras la ventana, mientras hacía una frugal tabla de gimnasia, de la llegada de la primera luz al cielo, ofreciendo la varia combinatoria que entabla con las nubes (dando así claves para interpretar el día), cayó en que la UE, siempre providente, no quería que el achicamiento de la noche y la anticipación del amanecer hurtara el espectáculo al laborante medio. Este podrá guardar así en la memoria una imagen que, a modo de fondo de pantalla, hará su día mejor durante un mes y pico.
