Nuestra Carta Magna en su artículo 50 dice lo siguiente: "Los poderes públicos garantizarán mediante las pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas la suficiencia económica a los ciudadanos de la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio". ¡Cuántas veces habremos leído este artículo de la Constitución!

Días atrás, escuché a un anciano que con mucha resignación se lamentaba de no poder pagar las medicinas, no poder encender un poco la calefacción, etcétera. Llega un momento -añadía- en el que el alma no cabe en el cuerpo porque una cosa es querer seguir viviendo y otra muy distinta poder.

Creí entender todo ello, ya que los años, poquito a poco, nos van rebanando o, al menos, debilitando facultades a todos, más si a eso le unimos un mínimo de bienestar, la cuesta arriba se hace poco menos que imposible. Mucho valor hay que tener ante tan tremendo drama de los que se van aproximando a la vejez o están en ella, y se sienten un estorbo en una sociedad que no sólo se olvida de este colectivo, que es muy amplio, sino que los poderes públicos dejan de tener en cuenta lo que constitucionalmente les corresponde: adecuada economía, vivienda, problemas específicos de salud, cultura, descanso, etcétera.

Ahí quedan los mayores, soportando amenazas constantes a su reducida pensión, y ahí están sufriendo males y dolores por no poder comprar medicamentos para que se los alivien, ni un poco de calor, entre ellos a veces el humano, que los minimice y en infinidad de ocasiones, demasiadas por desgracia, en soledad.

Creemos, pues, llegado el momento de ofrecer desinteresada colaboración de los españoles de todo signo, eso sí, después de plantearnos la pregunta: ¿estamos siendo justos con nuestros mayores?

Porque algún día también nosotros llegaremos a viejos, y Dios permita que no sea en soledad.