Esto que voy a relatar bien podría ser una historia real. Se desarrolla en Oviedo, pero podría haber ocurrido en una ciudad cualquiera. Suena el despertador en una vivienda, y, al encender la luz, un alarido de asco, "'Milú', ¿qué has hecho?, eres un perro sucio, eso no se hace, y cómo limpio yo esto, tendré que llevar la alfombra a la tintorería". Pasado un cierto tiempo y ya en el parque, "muy bien 'Milú', perro limpio, vaya, estás descompuesto, bueno ya lo limpiará la lluvia porque cómo voy a recoger yo esto" (hace una semana que no llueve y no se esperan lluvias en los próximos días). Al cabo de unas horas, en el mismo parque. "Pelayo, ¿de qué te has manchado?, no metas las manos en la boca grita la madre. Ahora tendremos que irnos a casa y luego al pediatra". "No, no, no", chilla el niño, que, con sólo 3 años, no entiende qué tiene de malo jugar sobre la hierba.

Y en este relato sólo se habla de desechos sólidos, porque los líquidos... Quién de ustedes dejaría a su hijo, nieto, sobrino jugar en un parque en esas condiciones, porque la realidad es que la mayoría están sucios, los animales invaden los juegos infantiles y hasta se suben a los toboganes y los bancos. Y que nadie me diga, es que yo recojo los excrementos, porque restos siempre quedan, y además, si es tan higiénica la medida, pueden habilitar un rincón de la alfombra de casa, en el que bastará con usar una bolsa, como en el parque (la alfombra de nuestros niños al aire libre), y así la mascota no tendrá la necesidad de ensuciar parques, aceras, fachadas, mobiliario urbano o a cualquier persona, sea niño o adulto, que no vaya atenta a esas pequeñas bombas fétidas distribuidas por nuestra ciudad, la que presumía ser la más limpia de Europa.

Algo habrá que hacer, cerrar los ojos como se ha hecho hasta hora no es la solución, y quizá solo se actúe cuando ocurra una desgracia.