Un hombre eterno

La impronta de un artista magistral, un erudito - que huía de cualquier ostentación

Sucedió hará 30 años. Yo estaba en la antojana leyendo algo. Oí un coche parar. Se abrió el portón y entró Jerónimo Granda acompañado de un hombre pequeño de pelo blanco, cincuenta y algo años, aspecto educado. Me lo presentó y no me fijé en el nombre. Jerónimo venía a recoger unas piezas de carne del buey casín que cada otoño matábamos a medias. Abrí una botella de la sidra que pisaba en el lagar de casa. Escancié unos culinos. Tras beberlos Jerónimo dijo dirigiéndose al hombrín discreto:

-Fíjate, la gente matándose por saber dónde hay la mejor sidra de Asturias y nosotros acabamos de localizar el lugar donde tienen la peor?

-Disfrutémosla entonces, dado que es excepcional en lo suyo -respondió aquel señor con una sonrisa amable, salida que me asombró y le agradecí.

Unos días antes, en una escapadina a Madrid, había encontrado en los puestos de la Cuesta de Moyano una biblia vieja -siglo XVIII- encuadernada en piel y bilingüe -latín y castellano- a un precio de risa. Se la enseñé a los visitantes, más para darles envidia que otra cosa. El hombre de pelo blanco la ojeó con cuidado, casi con cariño, y dijo:

-La traducción está bien, aunque es un latín vulgar; es el que usábamos en el seminario.

-¿Es usted cura?

-¡No, gracias a Dios; estuve a punto, pero Nuestro Señor me iluminó a tiempo; me salvé de milagro!-respondió sonriendo con sencillez.

Esa fue la primera vez que lo vi. Supe más tarde que aquel hombre de maneras discretas, dueño de un humor dulce, salvado in extremis por Dios de la catástrofe de ordenarse sacerdote, que leía latín de carrerilla, y griego clásico, aparte de otras lenguas, era filósofo, profesor, historiador, escritor y pintor. Había nacido en un pueblín de Panes, hijo de un madreñero.

Tenía un trato totalmente natural, nada afectado, y se llamaba Cecilio Testón.

Pronto tuve la ocasión de ver parte de su obra. Pintor de frescos llenos de color, absolutamente entendibles, mágicos por los cuatro costados, e incapaces de esconder el humor sutil de su creador. También me asombraron sus cuadros magistrales.

El que más me gusta de él muestra un cardenal viejo, a juzgar por su panza bien alimentado, sentado en un buen sillón con la cabeza ladeada y los ojos cerrados, arrastrado por el sopor que genera una comida abundante rematada con unas copas perfumadas de un "Duque de Alba" o similar, conforme indicaba el leve carmesí de sus pómulos. La obra se llama "El Pigazu". Es propiedad de Jerónimo Granda. Algún día se la robaré.

La segunda vez que vino a casa, con su compañera, se acercó en su coche, un utilitario. Todo casaba; un clásico, un erudito, con una cultura que se podía medir con leguas, y el alma llena de riqueza y arte, no solo era un hombre absolutamente normal en el trato con los demás sino que huía de cualquier ostentación. Pensé en el montón de rocines que andan por el mundo con cerebro comprado en los chinos y que sustituyen la deseada cola de pavo real por un vehículo de los llamados de alta gama.

Con el paso del tiempo, a mi admiración por aquel hombrín gigante se unió una valiosa amistad. Siendo ya Cronista Oficial de Panes me invitó en más de una ocasión a formar parte de algún jurado literario.

-Pero Cecilio, por Dios, si yo soy casi analfabeto?

-Tu creas una sidra única en su género; algo tendrás -me respondía siempre.

Allí disfruté del placer del bolo-palma, el deporte que nos ata a nuestros hermanos de La Montaña -no me gusta el nombre de cántabros solo para los santanderinos, nosotros lo somos desde el Sella-, de los platos deliciosos de la tierra y de unos parajes de asombro. Pero sobre todo de Cecilio Testón.

Al abrir ayer LA NUEVA ESPAÑAsupe que había muerto. Primero el susto profundo, la tristeza. Después el maravilloso en su sencillez chiste de Alfonso en el que se ve un cortejo camino del cementerio:

-Esti camín tenemos que pasalu todos, Pinón

-Todos no. Yo voy enterráme na villa?

Hice una llamada telefónica. Hacía muy poco que le había alcanzado una enfermedad muy dura. Inteligente hasta para morirse.

-Ese hombre e un sabiu -me dijo una vez un lugareño en Cuñaba hablando de Cecilio Testón.

De acuerdo, cuando se van asturianos así nuestra tierra se empobrece, pero no pueden imaginar cómo envidio a las Peñamelleras esta mañana. Ellas siempre lo tendrán. Y no estoy pensando en el cementerio.

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