Antes incluso de que se supiera que la entropía rige la vida de lo existente, las bibliotecas ya tendían al desorden, y cuando hay más libros que espacio con doble razón. El sueño había ordenado, sin embargo, las preocupaciones de mi cabeza, y esa mañana tenía que encontrar dos libros. Me levanté determinado, fui derecho a donde suponía que estaban (suposición casi siempre errónea) y allí mismo me los encontré. Aquello no era normal, y me puse a darle vueltas al asunto. Tal vez era, sólo, que el regreso del viento del Noroeste me había traído un episodio de clarividencia. Pero luego pensé que esa tranquilidad repentina de las aguas, en mi mente y en las cosas, también podría ser un aviso de maremoto. Tenía los libros en la mano, como testigos del suceso, y volví a dejarlos en la biblioteca, ahora fuera de su sitio, para tratar de borrar el rastro y que todo volviera a su desorden.
