La columna del lector

El bable santanderino

El bable que se hablaba en la cordillera cántabra desde la ría del Eo posee esa riqueza de las lenguas viejas que hablaban las gentes del campo avezadas a observar los fenómenos de la naturaleza, el ritmo de las estaciones y eso que los retóricos llamaban la propiedad del lenguaje; esto es, cada cosa, cada apero, cada situación, cada fisonomía posee su propia definición. Llamar a las cosas por su nombre definía a nuestros antepasados; hoy se parla un lenguaje equívoco y viciado por el inglés norteamericano que es una lengua pobre. Don José María de Pereda dominaba el bable santanderino, más castellanizado que el astur, mientras que Clarín y Palacio Valdés representarían la forma de hablar de las gentes de Villaviciosa para acá, hasta Navia, y en el siglo XIX. Mientras el primero habla de zoquetas, garios, dalles, breñas, corrada; los segundos dicen zapico, pala de pinchos, brañas, corralada, etcétera.

Para uno de la Montaña una fuina o garduño astur es una rámila, y así sucesivamente. Corredoria es en Santander solana y antojana, estragal. En las Hoces de Bárcena, junto a Reinosa, el bable recobra esa tonalidad cantarina que los filólogos denominan arandina, porque las gentes de Aranda de Duero parecen pájaros cantarines cuando conversan, y ello debe de ser herencia romana.

A veces las lenguas no van por el camino real, se bifurcan, se separan, coinciden y divergen para volverse a juntar. Cantabria prefiere el definitivo desinencial en "uco" (Felixuco) y Asturias se queda en in y en ina. Dame la tarjetina ¡oh!...

Pereda, que poseía buen oído para los idiomas, cuando percibe algún solecismo o un idiotismo poco comarcal llama jándalos a los señoritos que regresan al pueblo expresándose en madrileño "rajao" con una entonación gutural. Pienso que uno de los grandes recursos a los que nuestros hablistas de aluvión dan de lado es el palabrero y eso no se aprende por la ciencia infusa, sino leyendo a los clásicos. Por desgracia, nuestros educandos, que se pasan la vida de dios en la escuela tratando de entender a Jane Austen, que es pesadísima, acabarán falando un inglés macarrónico y su bable será una caricatura del que hablaban sus abuelos. La recomendación sería meterse en Galdós, en Clarín, en Pereda, en Pérez de Ayala o gozar con el Lazarillo o engolfarse en las páginas de "El Buscón". De lo contrario regresaremos a la confusión de Babel y la perversión del lenguaje es un signo del final de los tiempos. En el principio era la palabra y la palabra ahora la estamos destruyendo en un guirigay atronador.

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