Las fiestas de cualquier pueblo o ciudad deberían servir para unir a todos sus habitantes, y a los que llegan de fuera para celebrarlas, en torno a una misma idea: la diversión, el respeto a las tradiciones, la alegría de los reencuentros, y ofrecer una imagen de ese lugar que guste y enganche a propios y extraños.

Pero no se empeñen, en Oviedo y con San Mateo esta tarea es imposible. Más que imposible, inútil. Ustedes podrán intentarlo y poner toda su buena intención, pero llegarán los políticos de esta ciudad y una vez más lo mancharán todo. Lamentablemente, es ya todo un clásico. Y, por supuesto, da igual quien esté al mando. Gobierno y oposición aprovechan los últimos coletazos del verano y la baja o nula actividad política para lanzarse al barro, sacar los cuchillos, criticar mucho y proponer poco. Un aburrido debate solamente dirigido a ellos mismos y a sus votantes más radicales, y que no piensa ni un solo segundo en el interés general ni en lo que es mejor para Oviedo y los ovetenses.

Desde los carteles absurdos que no gustan a casi nadie, las barracas para los niños, las casetas en no sé donde, las convocatorias para adjudicar chiringuitos, la ubicación de los conciertos, los horarios, las idas y venidas a los Juzgados...; en definitiva, el típico coñazo que invita a seguir mirando para otro lado y a seguir pillándoles cierta manía a las fiestas de tu propia ciudad.

En definitiva, más de lo mismo. Los políticos se encuentran cómodos en el barro, ésa es su salsa. Da igual que sean unas fiestas o un serio debate sobre el futuro de la ciudad. Y el resultado es una pereza desgarradora que aún nos aleja más de esos que creen que nos representan.