La columna del lector

Sonría más, por favor

Nos ha tocado una vida en la que es muy difícil ir contento por la calle, en el trabajo o cuando compartimos el ascensor con algún vecino, y ya no diré cuando se acercan las declaraciones de rendición de cuentas con Hacienda o cuando nos ponemos al volante. En esta última situación "ipso facto" aumenta nuestro malhumor y desciende varios grados nuestra educación.

Encontrarnos actualmente con alguien que nos brinde una sonrisa es como dar con un mirlo blanco. Hemos perdido la sonrisa porque hemos dejado que nos quiten el ánimo después de habernos dejado quitar muchas otras cosas.

"Por una mirada, un mundo / por una sonrisa, un cielo", proponía Gustavo Adolfo Bécquer en una de sus rimas, pero ahora que ni nos miramos a la cara ni vemos el cielo porque estamos siempre pendientes del móvil, se hace más imposible entender al poeta y mucho menos hacerle caso. Los escritores, los libros en general, han quedado en las estanterías en desesperada espera de la mano amiga que los abra y los ojos que los revivan.

Ya ven, hasta "La sonrisa vertical" nos quitaron, refugio de tantos sueños, paño de tantas soledades, y era siempre una sonrisa la puerta de entrada al conocimiento y al flirteo. Ya fuera por ligar o por servir al prójimo, siempre la sonrisa fue el salvoconducto, la misma Madre Teresa de Calcuta decía que "la revolución del amor comienza con una sonrisa", y con sólo ejercitar los doce músculos que participan en su terapéutica expresión podemos comenzar a cambiar nuestro entorno sin más armas para ello.

Un proverbio chino dice: "El hombre que no sonríe no debería abrir nunca una tienda", otra vez las contradicciones, pues ya me dirán ustedes la cara de chiste que tienen los chinos que vemos detrás del mostrador. Una exigencia, ésta del proverbio, que yo aplicaría a todos los empleados públicos a los que someten a las mayores pruebas de memoria, derecho constitucional y nuevas tecnologías, pero a los que nadie les pide que sonrían y luego pasa que cuando se colocan frente al público no saben hacerlo.

En fin, hablar con una sonrisa es la mejor manera de comunicar y llegar del oído al corazón. Sonriamos pues, caramba.

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