La reciente propuesta de un tren cremallera a los lagos de Covadonga, si bien tiene un objetivo loable y acertado, como es evitar el tránsito masivo de vehículos privados a dicho paraje, sin embargo toma un opción desacertada a mi entender.

Los trenes cremallera tuvieron su auge a finales del siglo XIX y principios del XX y de esa época son los que siguen en activo en la actualidad. Los más conocidos pueden ser los de la siguiente lista: Achensee (Austria), 1889; Monte Pilatus (Suiza), 1889; Brienz Rothorn (Suiza), 1892; Montserrat (España), 1892; Schynige Platte (Suiza), 1893; Schafberg (Austria), 1893; Wengen (Suiza), 1893; Gornergrat (Suiza), 1898; Montenvers (Francia), 1909; Jungfrau (Suiza), 1912; Wendelstein Railway (Alemania), 1912; Mont-Blanc (Francia), 1913; La Rhune (Francia), 1924; Oberalp Pass (Suiza), 1926; Zugspitze (Alemania), 1930 y Valle de Nuria (España), 1931.

Una versión similar son los funiculares, que parecen un tren pero difieren en que los coches carecen de motor y se mueven arrastrados por un cable movido por poleas en los extremos de la línea. Aquí es más conocido por el funicular de Bulnes, que opera desde el año 2001: Funicular Parsenn (Suiza), 1931; funicular Crans-Montana (Suiza), 1911; funicular Kaprun (Austria), 1974; funicular Niesen (Suiza), 1910; funicular Saas Fee (Suiza), 1984 y funicular Val d'Isere (Francia), 1987.

La propuesta de construir ya muy entrados en el siglo XXI un tren cremallera no creo que sea lo más acertado, y prueba de ello es que en otros ámbitos de montaña es una práctica en desuso reducida a condiciones muy concretas. Si es interior, a través de túnel, el coste de la obra es elevadísimo y los costes de mantenimiento insostenibles. El funicular de Bulnes costó 23 millones y anualmente más de 700.000 euros para 2.200 metros y 400 de desnivel, y 616 pasajeros al día (22 viajes de 28 personas). Si es exterior, el impacto ambiental de trazar una vía de tren nueva es brutal e ilógico en estos tiempos, además de tener también un coste de mantenimiento inasumible.

Es por ello que lo más lógico sería un teleférico, cuyo impacto ambiental y visual es infinitamente menor, salvan grandes distancias y grandes desniveles. Echen un vistazo al de Mérida, en Venezuela; Aiguille du Midi, en Francia; el más moderno de Dachstein, en Austria, con terraza en el piso superior; Solda, en Italia, con cabinas de 110 pasajeros; al de casi 6 kilómetros en Tatev, en Armenia; el espectacular del Klein Matterhorn o el más nuevo de Lushan, en China.

El teleférico, al exigir pocos puntos de apoyo, es sin duda el medio con menor impacto medioambiental y visual. Y con las cabinas de hoy en día (75 a 120 personas) podría cubrir la demanda de visitantes. Dada la existencia de acceso por carretera hasta la parte superior, los costes de construcción serían muy ajustados y por la distancia en línea recta entre Covadonga y los Lagos, de unos 6 kilómetros, entre dos tramos bastarían (el de Bormio tiene 3.113 metros de longitud). El Principado debería, pues, analizar esta opción como alternativa el tren cremallera.