Termino de leer una noticia en LA NUEVA ESPAÑA del sábado 7 de octubre de 2017 que invita a la reflexión no sólo de los que nos dedicamos al campo, que ya lo padecemos en nuestro devenir diario, sino también, eso espero, de nuestros gestores públicos. El titular decía: "Asturias perdió en cultivos desde el año 2002 una superficie equivalente a Muros y Noreña". La noticia deja los datos del estudio sobre la pérdida de cultivos entre 2002 y 2015 hecho por SADEI.

Lo preocupante no son los datos, es mucho peor la tendencia. La huerta asturiana se seca, y no es por ausencia de lluvia, no sólo es que se quede sin cultivos, sino que se queda sin cultivadores, y lo peor de todo es que quienes la gestionan desde la Administración parecen no enterarse. No es la primera vez que utilizo este medio para reivindicarlo, y segura y desgraciadamente no será la última. En la noticia hay un pequeño párrafo que diagnostica perfectamente la enfermedad del campo y a su vez nos aporta el único tratamiento adecuado, dice así: "El reducido tamaño de las fincas hace necesario abundar en la concentración parcelaria".

Doña María Jesús Álvarez (consejera de Desarrollo Rural), don Jesús Casas Grande (director general de Desarrollo Rural y Agroalimentación), si realmente quieren cambiar esta tendencia y que el campo asturiano resucite y pueda convertirse en una actividad que genere riqueza y fije población en el medio rural deben empezar por la base del problema: ordenar el territorio, el suelo. Necesitamos fincas mayores para poder trabajar y ser más competitivos, fincas para poder rentabilizar la inversión que suponen los cierres y el trabajo de éstas, fincas mayores para que a sus propietarios les sea rentable alquilárnoslas, fincas mayores para que el campo no sea la única actividad económica que no pueda hacer frente al coste del activo donde se desarrolla.

En definitiva, necesitamos concentraciones parcelarias inmediatamente para que una tierra rica y fértil como es la asturiana no se quede sólo en un bonito paisaje minifundista y nos permita vivir con dignidad, conciliar la vida familiar y tener autonomía económica para no depender de las subvenciones y ser un lastre para el sistema.

Solucionar el problema que hay en la base de la pirámide solventaría otros problemas consecuencia de éste: el despoblamiento rural, la ausencia de profesionalidad del sector, la alta sensibilidad a las variaciones del mercado... y, por supuesto, un campo trabajado y más limpio no es pasto fácil de las llamas que tanto nos asedian últimamente.

Después de arreglar esto, quizás tendrán sentido otras acciones, como marcas de calidad, planes de comercialización y ayudas a la transformación, aunque ya sabemos que estas últimas son más vendibles a los electores y hacen mejores titulares.

Espero que tomen conciencia de la gravedad de nuestra enfermedad y del tratamiento que requiere, es indispensable para cambiar la peligrosa curva descendente de la tendencia.

Atentamente, les saluda un incondicional del campo que intenta que la tercera generación de una pequeña empresa familiar vea algún aliciente para querer continuar con la actividad que nos ha ocupado durante más de 50 años. No la defrauden.