Hoy en día, nos hemos acostumbrado a llevar vidas ajetreadas, manteniendo la agenda siempre llena y nuestra cabeza siempre ocupada. De hecho, la aceleración general que guía las rutinas sociales nos está convirtiendo en humanos casi mecanizados, dejando poco tiempo para el ocio y la cultura. Además, los revolucionarios cambios que se han producido en la manera en que nos comunicamos, como la digitalización de las interacciones personales, hace que predominen los vínculos efímeros y que las expresiones físicas y presentes se hayan dejado un poco de lado.

El arte es uno de los pocos ámbitos donde, por norma, se realiza un intercambio en tiempo real entre autor y público, manteniendo la importancia de aquello tangible, aquello que percibimos con nuestros sentidos. Ninguna pantalla o tecnología puede radiar la energía vibrante que emana un artista, ni imitar la belleza que se presencia al ver a un músico tocar su instrumento, a un actor recitar o a un bailarín moverse. Por eso, creo que debemos contrarrestar esta época de cambios y estilos de vida acelerados con experiencias a tiempo real, vivas y emocionales, que nutran verdaderamente nuestros sentidos.