La esencia de Asturias, en Intur: separados

Mi padre, sastre, decía que el buen género no se vendía en el arca sino en el escaparate. Y eso son las ferias de turismo. Hace ya semanas se celebró en Valladolid la Feria Internacional de Turismo de Interior, en la que se mostraron muchos lugares guapos de la Península, con un buen desembarco del país hermano, Portugal, y presencia más liviana de otros.

El gran peso lo llevaban las diferentes Comunidades Autónomas españolas. Entre ellas resaltaba de forma conmocionante Castilla-León, no en vano era la anfitriona, y todos hacemos lo mismo cuando llegan visitantes a nuestra casa: sacamos la mejor vajilla.

Pero otras Comunidades no le iban a la zaga con sus grandes stands, luminosos, amplios, bien iluminados, y con vida: degustaciones de vinos, conferenciantes, productos de la tierra, personajes con trajes de época, y todo lo propio en una feria de este tipo. Se trataba en definitiva de hacer ostentación del alma de la tierra de cada uno. Y nuestro Principado también lo hizo; mostró claramente como somos en realidad, aunque, supongo, sin pretenderlo.

Vaya por delante el reconocimiento al acierto de la Consejería del ramo y de algunos Ayuntamientos por decidir estar presentes en una feria en la que todo el visitante es un cliente potencial, lo que no sucede en FITUR, pues es más fácil llegar a Asturias desde Badajoz que desde Kenia, y por aprovechar el momento: el Norte, por el clima y la paz, está de moda.

Pero permítanme que les cuente algo: nuestra presencia no aguantaba la comparación con las otras comunidades. Frente a la potencia de los demás, el nuestro era un stand de la Señorita Pepis. Tres fotos -magníficas, eso sí- una chabola de tablones de pino, y un mostrador donde se amontonaban media docena de azafatas para dar folletos y que no cabían en aquel tableru. Nadie más. Ni un escanciador, imprescindible por lo icónico, que debe de acompañar cualquier demostración de asturianidad, y la sidra seguro que la regalan los lagares a cambio de un poquitín de publicidad. En Valladolid en lugar de Grandones -defecto del que estamos tan orgullosos- fuimos pequeñinos. Y dejadónos.

Curiosamente supimos representar el verdadero espíritu de nuestra tierra; el visitante se encontraba con las ofertas de Avilés, cada día más guapa, de Langreo con su tren minero y su espacio protegido, del Gijón monumental y costero, hasta de Hunosa, con su pareja de mineros de carne y hueso. Pero a nuestra manera, es decir, separados. En una palabra, vendiéndonos como somos.

Pura pedagogía. Seguimos siendo celtas; cada uno en su castro, mirando torvamente al pico de al lado, en el que habitan los enemigos de enfrente. Los técnicos de la consejería preparan su stand, los de Avilés el suyo, los de Hunosa otro, cada uno por su cuenta, al margen de los demás. Cada uno gestiona su presencia, cada uno mira para si, cada uno se pone donde puede; el de Langreo cerca de la India, el de Hunosa pegado al de un igualatorio médico, o de bicicletas, no recuerdo bien, los de Avilés y Gijón cerca al del Principado, es cierto, pero a su bola.

Así somos, así nos ven. Sin capacidad para algo tan básico como coordinar la presencia exterior de nuestras entidades públicas, responsabilidad indudable de nuestro gobierno autónomo. Sumando, presentando un stand poderoso y útil y no cuatro puntos de venta de vaporetas. Con un programa lleno -las iniciativas asturianas que estarían encantadas de vender, sin cargo, su producto turístico en ese tipo de ferias sobran-. Basta con copiar.

Y no ye por perres, pues en la feria se paga por metros de ocupación, y cada una de las entidades públicas presentes -Principado y ayuntamientos- corrieron con los suyos. Es por trazas, por maneras. En Valladolid hemos aparecido separados y con un equipamiento notoriamente más pobre que los demás. Otros hablan de reinos sin haberlo sido, nosotros no explotamos el estupendo título de Principado ni hemos divulgado nuestros productos de forma adecuada. Otros sí.

Esta tierra, abierta, tan rica en historia, tan guapa -si le quitamos vertederos-, con tanto que ofrecer, tiene marca, nombre, pero no sabemos vender por simple dejadez. Es una pena que seamos así. Va a ser verdad que el peor enemigo del asturiano va a ser el "pon otra a enfriar".

Hemos cambiado el remangu por el pigazu. Pero nunca es tarde para cambiar. Apunto la herramienta que usaban mis abuelos conmigo cuando tocaba ir a la hierba y yo no acababa de espabilar: el "secudión".

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