A nuestro presidente Javier Fernández le preocupan, por este orden, el futuro de la industria, la demografía y la financiación autonómica. Se refiere a ellos como los tres grandes retos que Asturias tiene en el horizonte próximo, y no le faltan razones al señor Fernández para sentirse perturbado. Claro que, el mayor, aunque no único, culpable de que Asturias languidezca y muera de fracaso es precisamente el Presidente. ¿O acaso no es él quien decide, en última instancia, una parte importante de las políticas autonómicas del Principado de Asturias? Oyéndole hablar da la sensación de que, además del diagnóstico, posee la receta adecuada, pero una fuerza superior desconocida no le permite llevar a cabo su potencial remedio. El nuestro siempre fue un Presidente de grandes pronunciamientos, en no pocas ocasiones pretenciosos desde el punto de vista ilustrativo, pero vacíos de acción.

Lo preocupante de la industria asturiana no es tanto su hipotético desarraigo, siempre latente en los procesos productivos en general, y en la empresa transformadora de materias primas en particular, fuertemente subordinadas a estrategias inversionistas en I+D+i, como la falta de emprendimiento en cuanto a industria transformadora. No se explica fácilmente cómo una región que goza de una red de infraestructuras mejorable pero competitiva, cierto grado de autonomía energética, una de las mejores universidades españolas, a juzgar por la demanda exterior de empleo, y no poca laxitud en cuanto a exigencia medioambiental, no tenga una mayor demanda de establecimiento productivo. Sólo una mala estrategia de las enseñanzas profesionales, alejada de los intereses reclamados por los distintos sectores empresariales, junto a la innecesaria telaraña administrativa y la fuerte presión impositiva y financiera justifican la falta de interés empresarial por nuestra comunidad.

La demografía, dependiente de los sistemas productivos, es otro de los juicios que preocupan, aunque no ocupan, a nuestro estimado Presidente. Parece ser que aquéllos que más podrían hacer en favor de la estabilidad demográfica asturiana no encuentran asiento laboral en nuestra región y procuran estabilidad financiera en otras comunidades y, no pocos, incluso fuera de nuestras fronteras. No parece Asturias un buen lugar para quedarse por mucho que a don Javier le parezca lo contrario.

¿Y qué podemos decir de la financiación autonómica, siempre mediatizada por intereses nacionalistas y, en gran medida, también dependiente de la capacidad que los gobiernos autonómicos tengan para atraer tejido productivo? ¿Qué podemos esperar de una región que ocupa uno de los últimos lugares en el ranking nacional del PIB? Pues que Rajoy y las comunidades más potentes se apiaden de nosotros.

Aunque a Javier Fernández nunca le falten camaradas comprensivos con su gestión, caso de Hipólito Peláez, la realidad es que a lo largo de su dilatada biografía política de gestión no ha sido capaz de sentar las bases para el despegue económico regional, se mostró incapaz de gobernar en minoría y se irá sin dar solución al sistema de financiación universitaria. Javier Fernández, inmóvil, incapaz y rodeado de estrategas del bienestar propio, se limita a sobrevivir políticamente con mucha pena y poca gloria.