La reciente noticia de la intoxicación por tejo de una joven letona en el concejo de Quirós es triste por las desdichadas circunstancias en las que se ha producido. Pero además, resulta preocupante por que un suceso de esta índole pudiera despertar cierta alarma social sobre la toxicidad de este árbol y los posibles efectos sobre paisanos y ciudadanos que conviven de un modo u otro con él. A este respecto, es preciso decir que, efectivamente, convivimos en la naturaleza, e incluso en los parques y jardines de las ciudades, con especies muy venenosas.

Algunas como el acónito, el ricino, el evónimo europeo, la lluvia de oro o la adelfa, son aún más tóxicas y, sin embargo, se utilizan con frecuencia en jardinería. En el caso de los tejos, la probabilidad de que alguien ingiera una cantidad suficiente, siquiera para empezar a notar algún síntoma, es casi nula.

Se requiere la ingesta de una dosis de muchos gramos de hojas para que se produzcan graves efectos, pero se diría que el árbol nos avisa porque el sabor es tan intensamente amargo, que la reacción inmediata es escupirlo si a alguien se le ocurre probar un brote. Al fin y al cabo, la génesis de estos venenos tiene su explicación en la necesidad de los vegetales de defenderse del ramoneo de los herbívoros.

En este sentido, se han producido casos de envenenamiento mortal en caballos. Los équidos son especialmente sensibles a este veneno y, por lo general, evitan su consumo, pero cuando se atan al tronco de estos árboles, no pueden evitar ramonear su follaje.

Sin embargo, la presencia de tejos en parques, jardines y entornos tan humanizados como el propio centro de nuestros pueblos, donde se encuentra el tejo tradicional del concejo, señala bien a las claras la convivencia pacífica y secular de estos árboles con sus vecinos humanos. Los niños de Bermiego y otros muchos pueblos donde existieron tejos hembra, pasaban tardes enteras subidos a las ramas para comer los deliciosos arilos (la pulpa roja y dulce de estos pseudo-frutos es la única parte inocua).

Más aún, algunos patios de escuela de Asturias, Cantabria y otras regiones europeas, cuentan con tejos, que nunca han representado ningún problema. Recordamos de manera especial el magnífico ejemplar de Viegois (Francia) que sirve de escenario de juegos a los niños de aquella escuela en la que continúa creciendo desde hace siglos. Los chavales habitan literalmente durante los recreos este árbol, al que es muy fácil trepar, y entre sus frondosas ramas se encuentran restos de toda clase de juegos infantiles como muestra de esa coexistencia natural. Terminado el recreo, se abre el patio para el público y puede visitarse este impresionante árbol cuya cruz sirve de lugar de encuentro para los jóvenes por las tardes.

La noticia que nos ocupa no debe considerarse por tanto como un desgraciado accidente. Tuvo que existir conocimiento e intencionalidad para que se produjera este resultado de muerte por ingesta de tejo. La literatura y la historia proporcionan multitud de casos en los que este ha sido el tóxico elegido para envenenamientos y suicidios de toda índole. Sería muy triste que este suceso sirviera para replantearse en los espacios públicos la presencia de los tejos, que tanta importancia han tenido en nuestra cultura como símbolo de parlamento y acuerdo. Su presencia, pone además una nota perenne de vida y frondosidad en unos medios cada vez más desarbolados, vacíos y urbanizados.

La experiencia, propia y de tantos jardineros y viveristas, de haber trabajado con este árbol durante muchos años, manipulándolo de todos los modos posibles para hacer esquejes, plantarlo o podarlo, nos permite aseverar que no existe una real amenaza. Desde aquí animamos a continuar cuidando y plantando nuevos tejos y dando continuidad a esta hermosa y milenaria tradición de tantos pueblos de Europa.