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Profesor y escritor

No soy más que la lluvia

La insignificancia que nos conforma

Es verano y parece que no hay más que tinieblas en torno a lo que miro. No hallo vestigio alguno de aquella luz primera que aromaba la vida y sus mansas mañanas, aquel fragor intenso que inauguraba julio y sus rosales. Veo en todo la sombra de nuestra levedad. La intuyo en esta higuera que tantos sueños míos cubrió con su ramaje. En cuanto ya no está y estuvo un día: tantas casas cerradas, tantos rotos caminos, tanto campo desierto, tanta región inane. En cuanto está, tal vez indiferente: en la mar que golpea las rocas de mi infancia, en la altiva presencia de los acantilados, en el faro que guía la voz del oleaje. En todo reconozco la inminencia segura de la fugacidad. En la dicha de estar aquí y ahora. En la necesidad de andar, inexorablemente, hacia adelante.En esta lejanía de lo ya transcurrido que me acerca y me nutre el extraño que habito. En el verdor precioso que grana en los maizales. Descubro en cualquier tacto la flaqueza del ser que recubrimos. En la forma que abrazo cuando te rememoro y es semejante al humo, similar a la carne. En los versos que arranco de cada circunstancia. En la piel del silencio que pronuncia una ausencia. En cada paso dado, cuya amplitud ignoro si me es de provecho o me sirve de anclaje.

No soy más que la lluvia. Ni que la soledad. Ni que la fluorescencia de los escarabajos. Soy menos. Mucho menos. Más insignificante. Lo adivino en los visos de la naturaleza. En la premura inmensa de sus meses y ciclos y almanaques. En el agua que bebo y con mi sed culmina su porqué y se apaga. En las más diminutas partículas del aire. Lo barrunto en los signos más comunes. En mi nombre y el tuyo, donde se han desvaído tantas expectativas, y permanecen rastros de ilusiones y tonos, como en muros antiguos perdura el mineral de frescos y mensajes.En la prisa del ave que huye cielo arriba cuando escucha un disparo. En los cuerpos que enferman así tan de repente y se van para siempre como sol de una tarde. Lo confirmo en las dudas que me asaltan, cada vez más inmensas, a medida que voy envejeciendo y aceptando que nada se perturba, que ciertamente todo se me muestra impasible -aquella mar, su faro?-. Que sólo en mí socavan el tiempo y sus alfanjes.

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