No se puede entender cómo en un Estado formalmente constituido, es decir, con una Constitución aprobada en referéndum nacional por todos los españoles -catalanes incluidos- ahora el partido del señor Arturo Mas y el de sus socios de Izquierda Republicana de Cataluña pretenden la secesión de un territorio que siempre fue integrante y constitutivo de España y que, al parecer, quiere separarse de ella porque de ese modo su economía y su nivel de bienestar van a ser muy superiores a los actuales, además de esgrimir el infame latiguillo ante Europa y el mundo de que "Catalonia is not Spain", inventándose literalmente una Historia de España y de la propia Cataluña que no tienen nada que ver con la verdad rigurosa.

La actitud de CiU y de Izquierda Republicana de Cataluña no solamente es falsa, por lo que concierne a sus aspiraciones económicas y sociales, sino que, además, es jurídicamente delictiva. Porque no sólo es delito la secesión en vías de hecho, sino que lo es también la incitación a realizarla y, sin embrago, el Gobierno de España, en un ejercicio de tolerancia y de paciencia sin límites, no toma las medidas drásticas que muchísimos españoles desearían y que, de ser la situación a la inversa, los separatistas catalanes ya hubieran tomado si tuvieran la fuerza y la legitimidad de la que carecen y que, por el contrario, posee el conjunto de España y su representación política que es el Gobierno de la nación.

Arturo Mas, con su actitud soberbia, despectiva y reiteradamente pugnaz, insiste en celebrar una consulta ilegal por las buenas o por las malas, sin que nadie le frene con autoridad y sin paños calientes esa conducta que no bordea la ilegalidad, sino que es por sí misma una ilegalidad perfectamente tipificada en las leyes vigentes.

Olvida el "President", sobre todo al hablar del "Govern Catalá", que Cataluña no es un gobierno equiparable al de España con el que no puede, por tanto, hablar de igual a igual. Cataluña, tal como cada una de las restantes diecisiete autonomías, tiene un estatuto que le permite legislar administrativamente para su territorio, pero no políticamente, porque la dirección política de España corresponde únicamente al Parlamento de la Carrera de San Jerónimo y al Estado central, con su aparato de ministerios, direcciones generales, embajadas, etcétera.

También debería recordar el señor Mas que él, como presidente autonómico, es el representante natural del Estado español en Cataluña y que sobre él y para las cuestiones de seguridad nacional y de coordinación, está el delegado del Gobierno en Cataluña, quien ante ciertos delitos, como los que estimulan a realizar los Mas y los Junqueras, puede incluso suspender la autonomía.

No sé qué medidas enérgicas tomará finalmente el señor Rajoy ante los hechos consumados que, por lo que se vislumbra, pueden ser muy graves, pero si quiero decir que el parche federal que propone el PSOE no tiene pies ni cabeza. España no puede reconvertirse en un Estado federal porque ya superó esa etapa hace siglos y, además, porque, de hecho, administrativamente ya lo es y esto a ciertos catalanes aún les parece poco.

Recuérdese que los estados del Sur de los Estados Unidos de América, cohesionados por una constitución federal, también por intereses económicos, basados en sus diferentes modos de producción, quisieron secesionarse de sus hermanos del Norte y ello costó una guerra terriblemente cruel que Hollywood se encargó de publicitar condenando a los sureños y estimando la victoria del Norte como el gran logro de la democracia americana.

Pues bien, de nada valdrá en España la federalización del Estado, la cual, además de ser un enorme paso atrás visto lo visto, no contentaría ni a CiU ni a Esquerra, quienes erre que erre, sólo parece que quedarían satisfechos con la independencia y, además, según dijo hace unos día el señor Junqueras: "España la aceptaría como aceptó en el 98 la de Cuba".

Pues bien, España aceptó la independencia de Cuba también tras de una guerra cruel y prolongada que costó miles de vidas y una ruina nacional de la que tardamos muchos años en reponernos. ¿Es eso lo que quieren de verdad algunos catalanes?