1984 fue el año de Amadeus, de "Born in the USA", de la aparición de Macintosh, de la desilusión cuando Arconada quedó con la horma del balón en el Parque de los Príncipes y de la primera visita a España de Bob Dylan. Era el 27 de junio cuando llenó el estadio de Vallecas en una noche estrellada con aroma a canuto, apareciendo con una levita negra después de hacer esperar una hora al público tras la actuación de Carlos Santana. "Highway 61" fue la primera y "Blowing in the wind" la última en el segundo bis, adornada con espléndidos punteos de su telonero brasileño.

Todavía no había iniciado su gira interminable, la que continúa desde 1988 a base de realizar más de cien conciertos todos los años. Creo que fue Loquillo quien apuntó en una ocasión: "Nos enterrará a todos, llegará un día en que alguien que se proponga organizar un concierto preguntará quién hay y le contestarán Bob, solo queda Bob". Desde aquella noche vallecana volvió a nuestro país nueve veces más, la última este mes de junio con parada en Barcelona, Zaragoza, Madrid, Granada, Córdoba y San Sebastián.

Quien quiera ser saludado, que le pregunten como está, que le expliquen cada tema antes de su inicio, que le cuenten algún chistecito que otro y acuda expectante a escuchar los grandes éxitos, no le interesa en absoluto ir a sus conciertos. Hace mucho tiempo que no hace ni una sola concesión, si es que alguna vez ha hecho alguna. Surge de la oscuridad, interpreta, cautiva y vuelve a ella para dejar de habitar entre nosotros.

Oscila entre el piano y el micrófono adoptando el papel de crooner con majestuosos solos de armónica como en "She Belongs To Me" y o en "Simple Twist Of Fate", arropado detrás por una rocosa y disciplinada banda en la que el "guaperas" Charlie Sexton a la guitarra ha suprimido sus postureos. Pantallas gigantes, si las hay, apagadas. La iluminación en tonos ocre aparece al inicio de cada canción para envolverla en un seductor ambiente vintage que se desvanece al acabar la melodía. Vuelta a la penumbra y en ella una entropía de acordes dan paso al siguiente tema. ¿Ésta cuál es?

Ésa es una pregunta recurrente entre el público de sus conciertos. Modifica y varía los arreglos de sus canciones continuamente, de forma que siempre es un reto saber cuál está empezando a interpretar. Transita cómo y cuando quiere por el blues, swing, country, folk y rock, imprime matices de vals y rinde tributo a su amigo Frank Sinatra con esa voz magmática y ese fraseo que continúan siendo únicos. Es como un escultor que modela continuamente su obra sin darla nunca por terminada, un camaleón que lleva mas de cincuenta años reinventándose a sí mismo.

El set-list basado fundamentalmente en los discos del siglo XXI, con especial protagonismo de "Tempest", su trigésimo quinto álbum de estudio publicado en 2012. Las canciones de este siglo son diferentes pero conservan la calidad de las de antaño. Le bastan y sobran la suavidad de "Spirit On The Water", la crudeza de "Pay On Blood", la dulzura de "Soon After Midnight" y la descomunal belleza en forma de medio tiempo de "Long And Wasted Years" para exhibirse y seducir sin tener que recurrir al inmenso y extraordinario stock de temas de su pasado remoto.

Los teloneros juegan siempre con el balón algo flojo, pero en Granada parece que Los Evangelistas lo hicieron con él pinchado, denunciando que tocaron solo con el 20% de los altavoces operativos y que fueron cambiados de camerino para evitar que Dylan se tropezara con ellos. Su batería, Eric Jiménez, señaló: "Querido viejo huraño, bailaré sobre tu tumba".

Señor Zimmerman, es usted hosco, distante, esquivo y genial. Vuelva pronto, no le quepa la menor duda de que será bien recibido. Por aquí no nos visita nadie tan absolutamente fuera de catálogo como usted en compañía de sus canciones.