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El pueblo que susurra a los caballos

El hípico de Luanco corre mejor suerte que otros acontecimientos veraniegos

Luanco es un pueblo tan peculiar que devora a todo y a todos. Sobre todo a lo que triunfa, y si es del lugar, peor que peor. Recuerda a Saturno, aquel dios griego que se comía a sus propios hijos. Era su condena: no poder tener hijos. Pero como los tenía, debía devorarlos. Supongo que recuerdan el impresionante cuadro de Goya que está en El Prado. Una obra maestra del horrror y del terror. Goya sabía lo que pintaba. Daba mensajes para impresionar a estos pueblos, para hacerles pensar.

No quiero insultar a mi propio pueblo. En absoluto. Es que no hay nada mas querido que lo que uno pierde. Y al final, todos a mirarnos el ombligo sin hacer reproches. Hay muchos ejemplos. Dos recientes. Y otros que vienen de lejos. Pero es que el pueblo que susurraba a los caballos, como en la bella película de Robert Redford, hizo del hípico toda una historia épica hasta que se la cargaron. Menos mal que algunos tienen memoria histórica y quedan ganas de recuperar tradiciones. Menos mal que en Gozón, en Asturias en general, amamos a los caballos.

Esto me lleva a mirar hacia atrás, pero no con ira, sino con nostalgia de la del buen querer. ¿Cómo olvidar aquel verano en que nació a saltos y marchas forzadas un campo de futbol que aun mira a la mar? Todo el pueblín, con una solidaridad insólita, se convirtió en Fuenteovejuna y a una, todos pusimos y quitamos piedras, plantamos hierba, limpiábamos lo que fuera, lo que nos pidieran. Llegaba el verano. Llegaban los caballos. Y luego habría futbol en un campo precioso también insólito para ese pueblín con vocación marinera. ¡Y cómo cambiaron los veranos!

Tenía muchos beneficios esos días del concurso hípico para el pueblo. No estoy muy seguro de si éramos, entonces, conscientes de ello. Todo un ejército de soldados, capitanes, coroneles y la biblia en verso, pasaban aquí saltando, comiendo y ligando; seguramente los mejores días del año militar. Había una o dos amazonas y algún jinete suelto, pero todo un show rodeaba al acontecimiento. Si Gijón se estaba convirtiendo en una de las capitales europeas de la hípica, Luanco era la joya de la corona del tamaño no tan pequeño, porque ya nació de pie. Luego fue imitada porque somos raza de apostadores. Y se llenó el verano de un circuito equino y de apostantes que se las sabían todas.

Como nosotros, unos chavales que despertaban a las primeras pasiones, que vendíamos boletos en aquellas casetas improvisadas. Todo era, digamos, eventual. Pero era todo fresco, creíble, era una cosa grande. Se hacía susurrando, gratis, por el amor al pueblo y a los caballos. Porque eso daba pie a las famosas verbenas de aquel Valpa lleno de jardines, que tanto añoramos. Se quedaba el pueblo lleno de los que habían venido no solo a ganar unas pesetas -a veces muchas- sino a participar en aquella especie de pequeño milagro. Cómo olvidar ese Valpa al anochecer o el cambio hacia la madrugada, con el incipente rock, con canciones de Modugno y Carossone, con el cambio al twist? en fin.

Y las chicas guapas que venían un poco menos recatadas que de costumbre, que estrenaban la moda que hacía furor -la minifalda-, que hizo olvidar la horrible moda saco. Y a ligar que son dos días. Muchos jinetes se ponían las botas, nunca mejor dicho, y algunas lugareñas hasta pillaron marido. Y seguro que nacieron muchos amores entre gritos y susurros, Cosas de aquellos tiempos, que jamás cambiarán.

Y todo eso nos lo cargamos sin saber nadie muy bien por qué. En cuanto falta el que lleve a la contra la batuta, ya empieza el "ya te lo decía yo". Se prohibió hacer los concursos en los campos de futbol, por miedo justificado a la lesión de los jugadores en el largo invierno. Y eso sin duda influyó lo suyo. Pero La Mofosa estaba ahí, justo encima de la mar, un sitio espectacular. Tuvieron que descubrirlo. Como la Torre del Reloj para los guapos conciertos. Como La Ribera para el mundialmente famoso tenis playa. Y luego, en ese "saturnismo" endémico, lo devoramos.

El hípico parece que goza ahora de una excelente salud. Entre otras cosas, porque ha caído en manos expertas que saben lo que hacen, como decimos en el teatro. Gracias por ello. A ver si esta vez llega para quedarse para siempre. Y que vuelvan los que devoramos en las noches de los sueños. Incluido el cine, que hace 25 años que nos avergüenza su ausencia.

Pero ahora que ha vuelto, que nadie lo devore. Que amamos a los caballos. Que les susurramos y acariciamos para que sanen. Tal vez sería una buena terapia para empezar a aplicarla a todo el pueblo. A todos.

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