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Hiroshima: setenta años después

La anteposición de los intereses económicos y militares al deseo de paz

Fue hace 70 años. El 6 de agosto de 1945 un B-29, el "Enola Gay", pilotado por el coronel Paul Tibbets de la fuerza aérea de los Estados Unidos de América, lanzó sobre la población civil de Hiroshima, en la región de Chugoku, al oeste de Japón, el primer artefacto atómico, poniendo fin a la II Guerra Mundial y causando cerca de doscientas mil víctimas. Entre ellas, del quince al veinte por ciento murieron a consecuencia directa del envenenamiento por radiación, perdiendo posteriormente la vida por leucemia y otras enfermedades derivadas de padecer esa locura desatada por el hombre. La mayoría de los que fallecieron eran civiles. El presidente norteamericano, Harry S. Truman, declaró que dicha monstruosidad fue decidida para evitar un mayor baño de sangre en la contienda bélica del planeta. Tres días después se lanzó un segundo artefacto sobre la ciudad de Nagasaki, causando cerca de cien mil víctimas. A los seis días de esa segunda detonación, el Imperio del Sol naciente anunció su rendición incondicional, poniendo punto y final a la segunda gran confrontación bélica entre las naciones del planeta civilizado llamado Tierra.

Todas las razones esgrimidas por entonces para justificar esa locura colectiva de muerte, destrucción y miedo a un futuro deshumanizador no corresponden a la realidad. Lo que se pretendió con ese lanzamiento monstruoso y antihumano fue asegurar el predominio militar de Estados Unidos en el mundo, creando para las generaciones venideras el miedo más que fundado, viendo y contemplando el alma perdida del hombre, a una definitiva desintegración no sólo de la especie humana sino también del planeta. Desde entonces los seres humanos vivimos pendientes de que debido a la insensatez de los poderosos de este mundo, alguien pueda, sin ton ni son, decidir el destino de la humanidad a su antojo, de una manera harto cruel y despiadada.

La historia ha demostrado hasta la saciedad con los campos de concentración primero y con la locura de Hiroshima después, que los intereses económicos y militares priman sobre la paz de los hombres, que cuando la ambición del poder y la locura del dinero se adueñan del alma del mundo, todas las razones de peso para evitar una catástrofe sangrienta chocan inextricablemente contra el muro del silencio desgarrador.

En la época actual, muchas naciones poseen arsenal nuclear más que suficiente para convertir el mundo en una ruina de fuego y calcinación. Nadie está seguro de que no pueda desencadenarse un ataque en cualquier momento; si el corazón de los hombres estuviera imbuido de virtud, paz y amor hacia sus semejantes, ese miedo justificado y reciente no existiría; por desgracia, el sufrimiento le es indiferente a los poderosos de la tierra cuando pierden el control de sus propios actos.

Los millones de muertos acaecidos en las devastaciones bélicas no han servido de nada. El ser humano, a pesar de los pesares, sigue en su fase de involución, no avanza hacia lo que vale, desoye la voz de Dios, vive como si no existiera lo divino. Este es el caldo de cultivo perfecto para que una nueva guerra generalizada se establezca definitivamente en la faz de los pueblos; cuando el alma se seca, la soberbia crece; cuando la caridad es sustituida por el amor al dinero nada bueno se puede esperar. Hisoshima fue el máximo ejemplo del desprecio más absoluto hacia el hombre. ¡Que dios nos perdone!

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