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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Seis actores encuentran director

En "Bajo terapia" también hay un infierno. La comedia que se estrenó antes de anoche en el teatro Palacio Valdés bebe a sorbos atragantados de "A puerta cerrada", la tragedia aquella de Sartre de "No puedo soportar que esperen algo de mí. Enseguida me dan ganas de hacer lo contrario" o "El infierno son los otros". La verdad no tiene la pinta que imaginamos.

En "Bajo terapia" no son cuatro personajes llamando a las puertas del Averno, son tres parejas encerradas en una habitación que es escenario para la anagnórisis final. Y eso es lo malo: el truco final, el redoble inusitado, las ganas de cerrarlo todo y que todo quede cerrado y bien cerrado. Los espectadores de Avilés, conmocionados, aplaudieron el triple salto mortal (contar una tragedia con las armas de la comedia, lo que detestaba Jorge de Burgos, el fraile asesino de "El nombre de la rosa"), pero se queda frío cuando el autor cierra y apuntala una peripecia que no precisa apuntalamiento.

Matías del Federico escribe con teatro corriéndole por las venas (diálogos y situaciones cercanas), se sobrepasa un pelín, pero vuelve al cauce de la escena. Se lleva la admiración y, al final, recoge el frío. La obra, sin el subrayado final, sería mejor obra. Parece claro. Y es que "Bajo terapia" es un espectáculo de primera porque un director de escena tan preclaro como Daniel Veronese está detrás de ella. Veronese devuelve la vida a la escena y la escena se olvida de que es escena por el talento enorme que destilan los seis actores que protagonizan la función. Seis actores han encontrado a un director como Daniel Veronese y se han hecho grandes.

La virtud de "Bajo terapia" es la de mezclar comedia y tragedia, ya digo, y conformar luego un pisto vitaminado para espectadores que aman que le cuenten historias. "Bajo terapia", sí, tiene mucho de "A puerta cerrada", pero también de "Seis personajes en busca de autor". La vida no es lo que parece.

Daniel Veronese da en el clavo cuando coloca a sus actores sobre las tablas, en una especie de despacho de polígono industrial. Y los seis se convierten en las piezas destinadas a sobrepasar absurdos, complejos de culpa y gritos sordos ahogados en whisky barato. Matías del Federico comienza su carrera como actor y lo hace del mejor modo posible: con el mejor director de escena posible, el heredero más conspicuo del teatro del arte, ese que inventó el presente hace 120 años.

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