Ojalá Europa haya aprendido sus viejas lecciones: las que hablan de las consecuencias que en el futuro tienen las heridas sociales mal cerradas, las olas migratorias que desatan recelos y xenofobia, los nacionalismos exacerbados y vociferantes, los supuestos agravios rescatados del cajón del olvido, el arrinconamiento de los más débiles en el callejón sin salida que sólo lleva a la desesperanza. En estos tiempos en los que se tambalea el sueño de la Europa unida, garante de los grandes valores del humanismo y la democracia entonados con júbilo -"Freude! Freude!"-, más que nunca conviene revisar la historia y sus fantasmas. Porque sabemos bien que tiempos gloriosos condujeron a momentos de horror en el pestañeo de una generación. Por eso Europa necesita una reflexión sosegada que la convierta en un espacio de vanguardia frente a los gobiernos de los números y los mercados, en un refugio para los valores que la ennoblecieron.
