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Escritor

Otoño y tala en Las Meanas

La mala memoria y ocho plátanos de sombra

Uno de los inconvenientes, tal vez el único, que tiene escribir artículos de opinión es que quienes dicen leer nuestros artículos actúan como si nos hubieran votado y se permiten exigirnos que no les fallemos. Es decir, que veamos el mundo como lo ven ellos. Tiene su lógica. Abrir el periódico y elegir qué leer es un acto muy parecido al sufragio. Lector y elector se parecen tanto que tampoco es extraño que coincidan en las exigencias.

La explicación viene a cuento de que, hace unos días, todo fue entrar a tomar un café y sufrir el acoso de cuatro indignados que exigían un artículo contundente contra la tala de árboles en Las Meanas. No les prometí nada. Prometí pensarlo. Me acerqué al lugar de los hechos, eché un vistazo y vi un montón de grava y una valla que acotaba el terreno. Lo habían limpiado todo, ni rastro de que hubiera allí unos árboles. Pero lo extraño fue que yo tampoco lo recordaba. Ni yo ni un señor al que pregunté. ¿Se acuerda usted de que había, ahí, unos árboles? ¿Dónde? Ahí mismo, donde está esa valla y ese montón de grava. No sabría decirle, pero es que yo no soy de Avilés, vivo aquí desde hace cincuenta años, la infancia la pasé en León, que fue donde nací. No hablo de la infancia, hablo de la semana pasada. Pues oiga, ni idea. De todas formas, si estaban donde usted dice es como si se hubieran alejado del resto, como si estuvieran marginados. Ya, pero no por su voluntad. El Ayuntamiento construyó esta calle y tuvieron la mala suerte de quedar a este lado. Entonces, eso lo explica todo; son cosas que pasan. La vida nos coloca aquí o allá y si sucede que quedamos fuera de donde teníamos que estar ya no levantamos cabeza.

Todo lo que ocurra luego irá en contra nuestra. No lo había pensado pero algo así debió ser porque a los árboles talados los acusaban de haber matado a una persona, de amenazar la seguridad de la gente y de ocupar un espacio que necesitan los niños para jugar. Lo ve, quienes tienen el hacha siempre se las arreglan para justificar los hachazos. Empiezan por la utilidad material, añaden una imputación delictiva y convierten a la víctima en un peligro para la sociedad. No caía yo en eso, tal vez lleve razón, pero a mí lo que me fastidia es que no los recuerdo ni los echo de menos. Y, a lo mejor, los pájaros y el viento tampoco. Ni tal vez el otoño, que ha vuelto como todos los años por esta fechas y achacará la falta de curro, tener que pintar menos hojas, a la crisis que padecemos y no al hacha del Ayuntamiento.

Me despedí de aquel hombre con el regusto amargo que deja no acordarse de lo que se va sin que nos demos cuenta. Con el vértigo y la melancolía de sentir un duelo sin llanto. ¿Y qué escribo yo ahora?, me pregunté tratando de ser honesto con quienes me exigían un artículo contundente contra los que talaron ocho plátanos en Las Meanas. Pensé escribir sobre eso, sobre los árboles que siempre estuvieron ahí y nunca los vimos. Pero me temo que no seré capaz. Ya me falla la memoria. Es la verdad, para qué andarse por las ramas.

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