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Vita brevis

Premios reales

Análisis mordaz de lo que rodea a la entrega de los galardones "Princesa de Asturias"

Una gran excitación recorre Asturias todos los octubres. Se celebran los grandes fastos de la entrega de los premios "Príncipe de Asturias", que ahora son "Princesa" y que todavía cuesta decirlo en femenino. Hay que moverse mucho, llamar aquí y allá, tocar todas las teclas para conseguir una invitación. Si no se puede alcanzar una entrada para el teatro Campoamor, al menos que sea para el posterior evento del hotel de la Reconquista. No importa que el acto de la entrega de los premios sea un verdadero tostón, lo que cuenta es estar allí entre el todo Asturias, que quien no está es porque no pinta ni copas. Excuso decir si a uno no se le ve entre los corrillos de los salones del Reconquista, haciéndose el displicente ante el paso de las bandejas de los escasos canapés, que abalanzarse sobre ellos es muy ordinario, aunque hay quienes lo hacen sin el más mínimo recato.

Los premios suponen también una gran trabajera para los que consiguen estar entre el exclusivo grupo de los invitados. Deben procurar los ropajes y oropeles propios de ese acontecimiento social. Hay que ir vestido como Dios manda, aunque la cosa no sea tan exigente como en los premios Nobel, a cuyo acto de entrega los caballeros deben asistir con frac y las damas con vestido largo. Aquí no hace falta tanto, basta con el consabido traje oscuro para los ellos y con vestido de cóctel para las ellas pero, claro, no puede ser el mismo del año anterior y, en la medida de lo posible, conviene llamar la atención de las cámaras para salir en los retratos con algún pie de foto que diga lo elegantísima que una luce con aquel modelo de tal modisto, aunque se vaya aterida de frío y acordándose de su madre por la tortura de tener que andar con aquellos zapatos que son como calzar una bota malaya.

Los excluidos de estos acontecimientos centrales también tienen su oportunidad. Los inquietos habituales de las conferencias pueden asistir a las diversas que se organizan con los premiados, sea este famoso por serlo o sea uno que hasta ahora no le conocía ni María Santísima.

También la chusma soberana tiene ocasión de solazarse en la pasarela de personajes que asisten a los actos: que mira a fulano que simpático es y que sencillo, que hay que ver lo viejo que está mengano, que el vestido que lleva zutana le hace más gorda y más tala, que perengana creo que se ha divorciado y el que va con ella es el nuevo novio, y otros sabrosos cotilleos que pueden dar tanto juego durante los siguientes días en la barra del chigre, durante la merienda en la cafetería o mientras colocan los bigudíes en la peluquería.

Bajo el horrísono chillido de las gaitas, que todo lo invade en estos días y que es más espantoso si coincide que llueve, también tienen su ocasión los inasequibles al desaliento en militancias varias. Desde hace unos años es ya un clásico de los premios la manifestación republicana en la plaza de la Escandalera, que ya hay quien cree que a ese escándalo se debe su nombre porque nunca han probado el pan de escanda, ni falta que les hace.

Este año ha habido más escandalera porque, además de la exhibición tricolor, unos pocos promotores de la cosa han decidido hacer su propio festejo en las dependencias del Ayuntamiento, donde pasaron la noche previa a modo de albergue, vestidos de amarillo y bien provistos de cerveza, sidra y vino.

De allí partieron a la media tarde, sin ducharse ni cambiarse, para enarbolar patrióticas banderas cuya franja morada, aunque ellos no lo sepan, reivindica la esencia castellana de España. Flaco favor han hecho a las ideas republicanas yendo a la manifestación así de puercos.

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