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Músico

Ayer dormí con una americana

El aprendizaje de las conversaciones en los bares a altas horas de la madrugada

En Avilés, en la calle Los Alas, tuvimos apenas hace un año un centro neurálgico donde muchos nos reuníamos al calor de locales como El Moclín, El Jazz, El Padúl, El Cámara, El Félix o el Queen Maeve. Es decir, entrabas en la calle a las once de la noche y salías a las seis de la mañana. De estos locales hoy nos quedan dos, El Félix y el Queen Maeve, como reducto de lo que fue una calle para conversar, para intercambiar ideas, para relacionarse. Alquileres abusivos o malas gestiones se llevaron por delante al resto, dejando ahora media calle de lo que era una calle entera.

Hay uno de estos lugares al que siempre tuve un especial cariño. Uno de esos sitios al que podías ir completamente solo, simplemente sentarte y dejar que corrieran las horas al calor de la noche y conversaciones relativamente memorables. Una segunda casa.

Era un lugar de apenas diez metros cuadrados, sin nombre en la puerta y con una persiana metálica a punto de desmoronarse. Por experiencia, les puedo decir que suelen ser los mejores.

Para hacer un disco decente hay que tener la cosas muy claras y los oídos muy abiertos. La ideas y los conceptos llegan en cualquier momento y de cualquier lado, la libreta de notas y la grabadora en el móvil siempre tienen que estar preparadas. Tal vez por eso pasarse las horas hablando con José Luis, regente en El Cámara, era tan gratificante y productivo, por mucho que algunos lo pusieran siempre al lado contrario en la balanza intelectual o personal. Aprendí más de José Luis en dos años que del 90% de la gente con la que compartí nocturnidad en los últimos veinte.

Es, realmente, un sabio disfrazado, la brillantez bajo el óxido, el tesoro tras una fachada en ruinas.

Tal vez por eso conectamos desde el primer momento. Tal vez porque sabíamos de qué hablábamos cuando el resto se perdía en la conversación. O tal vez porque compartimos una forma de ver las cosas y entender la vida que pocos llegan a asimilar. El día que me conoció, guitarra en mano en un local de al lado, me dijo: "Tienes la magia, van a ir a por ti". Tardé dos años en entender y comprobar lo que me había dicho.

Pasó su servicio militar en el calabozo. Normal y comprensible para un tipo que no atendía a normas, ya que las suyas solían ser las acertadas. De esa época, tengo mil anécdotas apuntadas, ya reflejadas en textos o futuras canciones a publicar. Treinta años después, cuando lo conocí, tenía la energía y agudeza de esos años de mili. Puro nervio, vitalidad extrema, el ingenio disfrazado de absurdo.

Cuando llegaba al Cámara, ya de jueves, José Luis siempre me contaba el mismo chiste: "-Ayer dormí con una americana. -¿Y que tal?. -Mucho calor." Ése era el tipo de humor Alleniano y absurdo que José Luis practicaba. Personaje imprescindible e irrepetible en la noche avilesina. Pongamos más: si el logotipo de tu bar es un espermatozoide bicéfalo y eres capaz de justificarlo con absoluta seriedad solo podemos arrodillarnos, amigo. Muy grande.

A los veinte años ya tenía su propio bar, llamado "Zona muerta". Al final, con o sin bar, la generación procedente bautizó ese conjunto de calles (manzana La Ferrería, Carlos Lobo, Los Alas) como "La zona".

En estos años de nocturnidad gané y perdí a gente, pero podría asegurar que solo hecho de menos a uno.

José Luis, te queremos y esperamos cada fin de semana. Vuelve pronto.

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