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Saúl Fernández

Los actores son un asco

Los actores son un asco. Así, en general. Pero no lo digo yo. Es el título de la novela más conocida del preclaro guionista norteamericano Ben Hecht, que se movió como una serpiente por entre los arrayanes de las casas más ricas de Beverly Hills. En los años más dorados de Hollywood. Un poco antes, el escritor rusosoviético Mijail Bulgákov hacía la revolución sobre las tablas. Y le salió "La isla púrpura": teatro dentro del teatro, catarsis sobre catarsis y sobre catarsis, una. Bulgákov escribió su espectáculo en el año 1928 y ahora, en 2015, José Padilla (Santa Cruz de Tenerife, 1976) revisa y reconstruye y deslumbra. El teatro Palacio Valdés de Avilés acogió el viernes pasado su estreno nacional: un deslumbrante espectáculo con una compañía de actores perfecta que parece haber escapado de una película muda de Lilian Gish y, al tiempo, de una tragedia familiar con platos, corazones y almas rotas; un banquete de verdades ocultas y cadáveres en los armarios.

José Padilla reduce a esencias perturbadoras la comedia farsesca de Bulgákov y introduce en el medio un pleito por el futuro. La comedia ficticia tiene que ser aprobada por un censor para garantizar el futuro del teatro en el que trabaja una compañía ficticia que, de repente, se ve interrumpida por la realidad más patente: la revolución está ahí fuera. ¿Te sumas a ella y caes o la olvidas y te tiran? Padilla maneja los dos ámbitos de la historia con soltura digna de aplauso: la ficción representada y la realidad propuesta. Y el espectador de verdad acepta las dos capas de la historia y discierne la ficción de la realidad sabiendo con claridad que ambos aspectos del mundo no son ciertos. Es lo que tiene la magia del teatro: que la creación es realidad y la realidad, creación. Y todo junto, divina catarsis.

"La isla púrpura" también es una comedia triste sobre el arte intervenido y, además, un derroche de talento por parte de una compañía llena por entero de gracia. La gracia de la tristeza y el camino cierto hacia la revolución permanente porque no, los actores no son un asco. Todo lo contrario: los elegidos por Padilla para esta farsa son los que tenían que estar en esta farsa. La avilesina Montse Díez sobresale con sus dos papeles: el de la diva y el de empresaria de teatro aquejada de realidad.

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