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Nuestra salud

Menos mal que tenemos ahí a la Organización Mundial de la Salud, que tanto nos cuida. Qué sería de nosotros sin sus informes, recomendaciones y desvelos. Gracias a la china mandarina que tan eficazmente dirige ese organismo podemos vivir despreocupadamente en plena forma durante largos años, por no decir eternamente.

En su inestimable afán de mirar por nuestra salud, han publicado recientemente un informe en el que nos avisan de que las carnes rojas procesadas son cancerígenas. Así que ya sabe que no debe comer nunca más un buen filete con patatas y, menos aún, un chuletón a la brasa. Ni que decir tiene el peligro que suponen las salchichas, el jamón, la morcilla y el chorizo. Hay que acabar con la funesta manía del compango. Fuera las carnes de nuestra dieta. Ni siquiera un palomino de añadidura los domingos, como hacía el Quijote y que por eso se volvió tarumba.

Las cosas se ponen feas. Ya teníamos prohibidas las frutas y las verduras tratadas con insecticidas, que son todas porque si no se las comen los bichos. Luego vino lo de los productos transgénicos, que no pueden ni mirarse, aunque los cambios genéticos sean los que hacen evolucionar a los seres vivos. Más tarde nos avisaron que si comemos pescado es como si nos tragáramos un termómetro o una chapa, que esos bichos marinos parece ser que rebosan de mercurio y otros metales pesados. Ahora le toca el turno a la carne, sea la rústica cecina, el pantagruélico cachopo o un desusado y exquisito filete ruso. Con tantas prohibiciones anteriores la carne era lo único que nos quedaba. Ahora ni eso. Ciertamente, si hacemos caso a todas esas recomendaciones, no nos moriremos de cáncer, sino de hambruna, aunque, eso sí, sanísimos.

Afortunadamente los guardianes de nuestra salud tienen remedio para este embrollo. El Parlamento Europeo ya se afana en preparar unas normas para regular la venta y el consumo de insectos. Anda, para que luego se diga que los europarlamentarios cobran mucho y no sirven para nada. Ahí los tenemos solucionando nuestra comida saludable del futuro.

Los insectos son la esperanza de la Humanidad. Dicen que tienen unas proteínas de altísima calidad y son abundantísimos. Así que ya está, todos a comer saltamontes, hormigas, cucarachas, gusanos y todas esas guarrerías, que hasta ahora fumigábamos sin escrúpulos y sin reproche alguno por parte de los defensores de los derechos de los animales. De momento esos bichos repugnantes sólo los comían los chinos y otros congéneres amarillos, pero porque tienen el dicho de que todo lo que anda, nada o vuela, a la cazuela. En adelante será el pan de cada día.

Dentro de poco veremos a nuestros reputados chefs, con estrellas y sin ellas, ofrecernos primorosas recetas de un crujiente de grillos en un lecho de piojos con escarabajos rellenos de chinches al vapor, o un salteado de nuestras libélulas rustidas con reducido de tijeretas en salsa de azafrán sazonado con una mixtura de pulgones y mosquitos, o estofado de lombrices encapulladas en tela de araña endulzada con néctar de zánganos de avispa con una lluvia de pupas de carcoma. Una delicia.

Esos establecimientos se extenderán como la espuma a poco que un afamado cocinero le dé por abrir uno y nos atiborren por las televisiones con las bondades de esos alimentos. Al pronto abrirán comercios con los más variados surtidos. Al principio serán pioneros del asunto los lectores de los dominicales de los periódicos, que siguen a pies juntillas sus recomendaciones sobre el último grito. Después les seguirá el resto del personal, hasta que lleguemos a ver la escena de la señora que pide al tendero cuarto y mitad de ladillas. Entonces estaremos todos rebosantes de salud.

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