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Autoengaño colectivo

La estrategia de los partidos para captar votos ante las elecciones generales del 20 de diciembre

No hay deporte, ni práctica social, ni actividad cultural que suscite tanto al autoengaño como las campañas electorales. Ponemos toda la carne en el asador, nadie está a salvo entonces del autoengaño, esa estrategia mental que permite esquivar la realidad refugiándose en una inconsciencia más o menos deliberada.

Generalmente, el ser humano utiliza al autoengaño como una droga que, en dosis altas, puede llegar a causar una prolongada exaltación del ego y el orgullo. Fíjense hasta dónde es capaz de llegar nuestro ilimitado poder de autoengaño que los catalanes se sienten orgullosos de ser... no me lo van a creer, de ser catalanes. No trataremos aquí y ahora con los nacionalismos -a los que considero la droga dura por excelencia del autoengaño-, puesto que Vargas Llosa ya los describió brillantemente: una exaltación que impone, como esencial e irremediable, al más accidental de los denominadores comunes, el lugar de nacimiento. Tampoco nos meteremos en el propio autoengaño del brillante literato peruano, quien pensó que con escribir bien bastaba para ser presidente.

Pero no venimos aquí a hablar de minucias, venimos a hablar de la cuestión importante, de la campaña electoral, que ya está doblando la esquina. Es importante estar bien preparados y generar cierto grado de inmunidad si queremos eludir ciertas situaciones embarazosas, como por ejemplo, tener que contemplar dentro de dos o tres años una foto nuestra agitando fervorosamente una bandera en un mitin y pensando "pero si éste es el mismo que ahora me recorta". La primera advertencia en estos casos es fundamental, no debemos tomar la democracia como si fuese una competición deportiva, y sobre todo, no debemos tomar antes de ir a votar, si pretendemos que el PP deje de gobernar, y el vermut a la vuelta de sufragar. La segunda advertencia, en cambio, es más compleja y atañe una responsabilidad formal: deberíamos consultar la pirámide de Maslow y, con ella, realizar un ejercicio de reflexión para responder a la siguiente pregunta, ¿qué partido puede complacer, lo más satisfactoriamente posible, las cinco dimensiones asociadas al desarrollo personal? Como señuelo les comento que la primera dimensión versa sobre las necesidades puramente fisiológicas (alimentación, respiración...), ahí lo dejo.

Pero tampoco vamos a ser aquí los típicos desafectados intelectualoides que dicen estar fuera de las campañas electorales: "Son el opio del pueblo" dicen. No queremos ser descarados con todos esos compañeros y compañeras -no sé si notan que ya me estoy metiendo semánticamente en campaña- que nos traen la democracia con tanto cariño y buena voluntad, sin esperar nada a cambio. Para sumergirnos de lleno en el ambiente electoral compartiremos, aquí y ahora, un puñado breve de sugerencias para aquellos partidos que optarán a ganarse la confianza de la ciudadanía. Lo titularemos humildemente: ¿qué necesito para gobernar?

Para la reelección, el PP precisa solamente de un requerimiento: expulsar por lo menos a la mitad del partido, unos por chorizos y los otros por inoperantes. Ciudadanos necesita, en cambio, un reto tal vez más arduo: conseguir que, para el día de las elecciones, España sea un país de burgueses con expectativas emprendedoras y con insaciable anhelo de consultar la Bolsa todas las mañanas. Podemos requiere una hazaña que ya ha sido conseguida en el siglo pasado por los científicos del Instituto Roslin de Edimburgo, quienes clonaron satisfactoriamente a la oveja Dolly; requieren imperiosamente la clonación de Pablo Iglesia y la sustitución inmediata de los clones por todas esas plataformas sociales llenas de panfletos vetustos de la Unión Soviética. Creo que el PSOE es la formación política que tiene el camino más fácil, a saber, que no se cumplan ninguna de las exigencias de sus adversarios políticos.

El juego ya está en marcha. Veremos ahora quienes se autoengañan primero, quienes se autoengañan más, quienes son capaces de crear ilusión. Y sobre todo, tengamos en cuenta que nos engañan por nuestro bien, que nos autoengañamos también por nuestro propio bien. Porque detrás de toda mentira comprensible hay una verdad incompresible.

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