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Mariola Riera

Ir a la biblioteca

En el adiós a Roberto Trelles, que marcó a varias generaciones de jóvenes en Soto del Barco

En los años 80 y bien entrados los 90 poco teníamos que hacer los críos en las largas tardes de otoño e invierno en un pueblo como Soto después de salir de la escuela. Eso de las actividades extraescolares no existía; todo lo más, comenzaban a impartirse las primeras clases de baile regional o de guitarra con Milagros en el Palacio. Pero no eran a diario y, además, costaban dinero.

Hasta que un buen día descubrimos la biblioteca de Roberto. Aquel cuartucho oscuro, húmedo, frío y lleno de polvo en un bajo del antiguo ayuntamiento (hoy no habría pasado ningún control sanitario y las condiciones serían motivo para pedir la dimisión de cualquier gestor cultural) era para nosotros el paraíso, el lugar más acogedor del pueblo. A la biblioteca íbamos a leer y a hacer los deberes, pero también a pasar la tarde, a charlar, a comer pipas, a merendar, incluso a cortejar.

"Ir a la biblioteca" lo significaba todo en Soto para los niños y adolescentes que entonces no teníamos otro lugar donde reunirnos o más actividad que pasar la tarde delante de la televisión o jugando en la pista (eso sí, cuando no llovía, porque no estaba cubierta y el suelo de cemento tenía muchos agujeros).

Roberto llevaba a su modo la biblioteca. Llegaba -todo hay que decirlo, la puntualidad no era su fuerte- y se sentaba al fondo en una mesa llena de libros y fichas desordenadas; a su espalda, cubriendo toda la pared, decenas de tomos de una vieja Gran Enciclopedia Larousse. Según el día, Roberto te daba conversación, te indicaba alguna lectura, bromeaba o simplemente te dejaba hacer. El caos era el santo y seña de un lugar donde muchos empezamos a decidir, aún en la EGB, qué seríamos de mayores. Hablábamos de escritores, de novelas, de viajes que queríamos hacer y que se antojaban muy lejanos para los niños de Soto en aquella época.

Era todo un acontecimiento cuando por allí se dejaba caer alguno de los mayores, los que estudiaban en Pravia, Avilés y Oviedo, y contaban sus experiencias. Todos venían a rendir cuentas a Roberto, quien a su manera te animaba a estudiar, a ampliar conocimientos, a tener altura de miras y a "ser algo en la vida". Y ese objetivo siempre pasaba por los libros. Con el tiempo, todos crecimos, hicimos nuestra vida y Roberto dejó la biblioteca. El contacto diario se perdió, pero no el afecto, que ahí seguía.

Gracias Roberto.

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