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¡Qué raros son los franceses!

La respuesta ante la amenaza de los yihadistas

"¡Qué raros son los franceses!". Así comenzaba el texto de un mensaje telefónico que recibí el pasado 14 de noviembre, pocas horas después de terminar el día en el que la barbarie yihadista volvió a regar de sangre París. "No salen a la calle a culpar al Gobierno de la masacre", terminaba apostillando el amigo que me lo envió. Ni a culparlo ni a proferirle insultos, pensé.

Francia escenificó de inmediato el reverso de la moneda de nuestro país cuando nos golpearon con dureza en los trenes de cercanías de Madrid. Reaccionaron con unión en la repulsa y con el apoyo unánime a la rápida adopción de medidas por parte del Presidente de la República. Todos juntos en la defensa de las libertades y de la democracia, todos contra el terror, como bien pusieron de manifiesto tres días después en el minuto de silencio que inundó el país y con la entonación rabiosa de "La Marsellesa" en diferentes escenarios.

Con celeridad, los Rafale y Mirage galos han atacado en Siria e Irak, una medida belicista que no bastará por si sola si no va acompañada de otras. Occidente debe blindarse y sería muy positivo que eso incluyera la renuncia al petróleo, dejándolo para que los fanáticos se ahoguen en él. No es la primera vez que escribo esta convicción, pienso que tenemos la tecnología, la posibilidad de optar por energías alternativas y también replantearnos seriamente el controvertido tema de la energía nuclear, máxime cuando la rentabilidad de la fusión nuclear, tarde o temprano, llegará. Y, en último término, por qué no, quizás tengamos que apretarnos el cinturón con la adopción de hábitos como la generalización del uso del transporte publico, la bicicleta y el zapato, que son excelentes para la salud.

Nuestra renuncia al combustible fósil sería un golpe enérgico y muy duro para los extremistas musulmanes. Es básico un ataque frontal a sus fuentes de financiación, lo que pasa por el desenmascaramiento de quien compra su petróleo, quien les provee de Kalashnikov y misiles stinger o quien ha hecho posible que transiten en toyotas último modelo.

En la última reunión del G-20, celebrada en la ciudad turca de Antaliya, el presidente ruso Vladimir Putin apuntó otra vía importante a cortar, denunciando que personas físicas de países pertenecientes al grupo financiaban a ISIS, DAESH o como quieran llamar a esos desalmados. Fue explícito y no anduvo por las ramas: "Perdonar a los terroristas corresponde a Dios, enviarlos con él es cosa mía". Piensen que esto lo hubiera dicho el malvado George Bush hace doce años y recuerden la coyuntura de la época; quienes pensábamos que los de la chapa antibelicista en la solapa estaban equivocados no hubiéramos podido ni salir a la calle.

Continuamos con demasiadas dosis de buenismo, con complejo de culpabilidad e, incluso, con la comprensión de las atrocidades. "Hay gente que no ve otra salida que inmolarse", declaró públicamente un eurodiputado español, alguien que no valora en absoluto que nos atacan porque odian nuestra libertad, la que él disfruta y le permite decir frases tan desafortunadas como esa. Puede entenderse que para comer se robe en un supermercado o se practique el tirón de bolso en Rive Gauche, pero jamás que se siegue la vida de inocentes que acuden a un concierto o están sentados en una terraza. A propósito, uno de los cerebros de los atentados en la capital francesa no fue precisamente un terrorista por desesperación, su familia es relativamente acomodada y él tuvo la posibilidad de acudir a un buen colegio.

A los pocos días del degollamiento exhibido en internet del periodista estadounidense James Foley, asistí al concierto de una banda tributo a Bruce Springsteen. En un determinado momento del mismo, ante la oferta de alguna petición por parte del vocalista, solicité que le dedicaran una canción a James. No lo hizo, quizás porque no me escuchó. Lo que si hicieron todos los me rodeaban fue clavar sus miradas en mí como si yo fuera un marciano.

En la estación de Atocha, el monumento a las víctimas de 11-M está cerrado y desparramado por el suelo. Ha llegado el olvido miserable, mientras continúa sin digerir en el estómago un enorme y coriáceo sapo repleto de preguntas que nunca nos contestarán.

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