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Meditación por estas fiestas

Ante el inicio de las celebraciones navideñas

Diciembre es el comienzo sagrado de Navidad, la fiesta mágica de la alegría del amor, donde las ilusiones vuelan hacia el cielo y el niño interior hace su pronta aparición. Cada vez que brilla el manto blanco de su estirpe, las almas se elevan a Dios, los males desaparecen solos y el contento por un mundo dichoso se convierte en la primera piedra del edificio interior. Gracias a su venida, los sueños imposibles se cumplen, la inocencia recobra su valor y las guerras entre los hombres quedan en suspenso mientras se cantan las canciones, en un sencillo pesebre, al niño Dios. Cuando brota esa magia nacida del cielo los hombres se vuelven mejores y retorna de nuevo, como feliz inspiración, el viaje hacia la esperanza en una tierra sin dolor.

Cuanto más gris es el corazón, más lejos se sienten las luces doradas que anuncian la alegría invencible del adorado y tierno corazón; los seres que sufren por sus deseos y se escandalizan por la contemplación de un mundo en ruinas, entregado a lo peor, encuentran en su llegada el misterio de una redención que les permite vivir rodeados de promesas en un mañana feliz, lleno de amor.

Lo que no creen en nada, los amantes de la condenación, los fieles discípulos de las verdades aparentes, las realidades paganas y la ambición sin control, no sienten el espíritu navideño que revela la encarnación del Hijo de Dios. Las luces que se encienden en el mundo iluminan lo más grande del corazón para dar a los seres que sufren un mensaje liberador. Cuanto más se cae en el poder del dinero, el orgullo y la ambición, más se vulgariza esta fiesta bendita del amor, menos se entiende, se vive como un gigantesco festín exterior. Navidad es la fiesta de la vida, la mayor celebración del espíritu superior: el que espera la ayuda divina recibe el mensaje que le ayuda a ir en la buena dirección.

El consumo exacerbado, la muerte lenta de la tradición, la ausencia del sentido divino, la desmoralización de la compasión y la pagana atracción consistente en rendir culto a los sentidos en detrimento de una catarsis interior son los signos expresivos, las tendencias modernas de una época entregada por completo, sin ton ni son, a la desmesura comercial, dañada por un alma herida a punto de extinción: lejos del cielo el corazón dura muy poco.

Cuanto más tiempo viva el hombre cerca de su orgullo y ostentación menos entenderá el significado profundo de lo invisible, más cerca estará de condenar a los que moran en las altas esferas celestiales y más propensión tendrá en negar lo que no entiende y atacar al que sabe. Los tiempos tenebrosos son los principales enemigos de una visión de claridad, los jugosos racimos de la infancia, las perlas naturales del alma hacia Dios, las ilusiones vivas, la poesía hermosa y el amor sacrificado hacia el que sufre.

El que hace el bien no necesita el falso estímulo de unos días concretos del año para alardear de lo que no es y predicar la buena nueva de un mensaje dirigido a la satisfacción de las más elementales pasiones terrenales. Lo sagrado no puede ser pisado por pies profanos, es polvo que pertenece a un universo sacro; el que no entiende las cosas divinas es mejor que calle, siga su vida y deje tranquila al alma que está avanzada.

Los amigos de lo material, los simpatizantes acérrimos de la falsa amistad, los representantes genuinos de una concepción basada en la cantidad, la apariencia y la rapacidad no entienden, ni entenderán jamás, el mensaje supremo de la paz, el lenguaje secreto de las estrellas y la luz que nunca deja de brillar para que el hombre no padezca en la adversidad.

Cuando el cielo se viste de rosas para que el mundo no pierda la fragancia del camino superior, el corazón se abre como una flor hacia el infinito rociando esa ilusión con el maná de una alegría que provoca suma admiración. El que comprende y vive la Navidad como se debe se siente como transportado a una región especial, aureolada de nobles sentimientos, donde sólo existen seres de buena voluntad para crear un universo a la medida del primigenio Adán.

Cuanto mejor somos más grandes y humildes nos sentimos: el que hace el bien al prójimo sin esperar ninguna recompensa recibe siempre la ayuda divina: este es el secreto mensaje navideño, para que todos los hombres seamos hermanos de verdad y vivamos en un mundo en paz. ¡Feliz Navidad!

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