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Partida de mus

Los movimientos para formar Gobierno tras las elecciones de diciembre

Raramente hago confesiones personales en esta columna, pero en este caso voy a romper este hábito y voy a comenzar escribiendo en primera persona. Les quiero informar de que no soy ludópata y que ni siquiera participo en ningún juego de azar, incluida la lotería de la que sólo compro para el sorteo de Navidad y por seguir la tradición. Por ello, tampoco juego a las cartas por la sencilla razón de que las pocas veces que lo he hecho, al poco, me parece cansino.

Lo dicho no quiere decir que no conozca las reglas de unos cuantos juegos de naipes, como la brisca, el tute, el subastado, el chinchón, el mentiroso o la escoba, entre los que se juegan con baraja española, y el póquer o el pinacle, entre los que se practican con baraja francesa. Pero, de todos ellos, siempre me ha llamado particularmente la atención el mus, que es un juego de origen vasco y, por ello, radicalmente español, que se juega en parejas y que exige unas especiales habilidades de observación, lógica e intuición, además de las gestuales para hacer las señas necesarias al compañero, cosa que siempre me ha parecido complicadísimo hacer no asemejando un simio haciendo muecas.

Para los que no estén familiarizados con el mus, les resumiré que en el mus se reparten cuatro cartas a cada jugador con las que se juegan los cuatro lances del juego, que son grande, chica, pares y juego. Grande es la combinación de cartas de mayor valor, teniendo en cuenta que el tres vale lo mismo que el rey; chica es lo contrario, como su propio nombre indica; pares es el mayor número de cartas de igual valor y cuanto más altas mejor, y juego consiste en igualar o superar la cifra de 31 sumando el valor de las cartas y, si nadie lo alcanza, se juega al punto que es el que más se acerca a la suma de 30. Una vez repartidas las cartas, los jugadores pueden pedir descartarse de las que les hayan tocado en suerte, siguiendo la mano y diciendo mus, hasta que uno de ellos corte los descartes diciendo que no hay mus y, entonces, se juega con lo que cada uno tenga en las manos. Entonces se pasa o se van haciendo envites por cada lance, que se pueden aceptar y superar, y con los que se van adquiriendo tantos que se suman al final. El momento culminante es cuando algún jugador envida un lance con un órdago que, si el contrario acepta, paraliza el juego y lo decide con el que lo gane.

Me ha venido a la mente el castizo juego del mus tras conocer el reparto de naipes que ha resultado de las últimas elecciones. Las cartas salieron muy repartidas y es evidente que ningún partido tiene juego e, incluso, andan todos lejos del punto. En los demás lances tampoco está ninguno bien servido. Todos esperaban que Rajoy jugara con su mala mano e incluso que envidara para, luego, lanzarle un órdago que le dejara tieso. Pedro Sánchez y su César Luena ya se habían hecho la seña, sacando la lengua, indicativa de llevar dos ases para el lance de la chica. Pero es que uno de esos ases no era suyo, sino de Pablo Iglesias y de sus mareas, compromisos y comunes, que no son tontos y lo proclamaron poniendo las cartas boca arriba para que se enteraran hasta los mirones, que ni estaban callados ni daban tabaco. El avispado gallego, se dio cuenta del asunto y se descartó con un mus. ¡Hale, vaya faena, otra vez a empezar!

Vista la cosa, parece que la partida se va a alargar y no estamos acostumbrados a tanto mus. Pues habrá que hacerse a la idea, sabiendo por experiencia ajena que tampoco es tan grave como algunos lo temen. Ya ven que en Bélgica estuvieron casi dos años sin gobierno, durante los cuales bajó el déficit y el paro y subió el Producto Interior Bruto. Mientras haya mus entre los jugadores saldremos ganando los mirones.

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