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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

La tristeza y la miseria

Una maratón de desconsuelo que va en aumento en cuanto el espectador sale por la puerta

"Danzad malditos" es un maratón de tristezas que se agudiza en cuanto el espectador deja el teatro. "Danzad malditos" sobrepasa la tristeza permitida. Porque uno se descubre a un tiempo bailarín, angustiado y miserable o presentador de muerte y destrucción. Se basa en la película "Danzad, danzad malditos", aquella de Sidney Pollack cuando apenas era Sidney Pollack, la de Jane Fonda en el extremo de su sabiduría, muchísimo antes de "En el estanque dorado" y demás ñoñeces. "Danzad malditos" es un espectáculo que transforma a los espectadores. Y sólo por ello se llevó todos los aplausos. Porque sigue al pie de la letra los preceptos de Aristóteles: mímesis general y catarsis particular, imitación del mundo y supervivencia singular. Uno, después de la función de "Danzad malditos" del sábado pasado en el Niemeyer, se siente liberado, flotando... La oscuridad que uno oculta se ilumina sobre las tablas, en los cuerpos de trece actores capaces de acongojar a público marchito que quiere una hora y media de asueto y se lleva a casa la angustia de la tristeza continuada. "Danzad malditos" es una tragedia triste en la que la ambición y la renuncia a la dignidad se justifica por la huida de la pobreza.

Los maratones de baile salvajes durante la Gran Depresión son la base de la telebasura, la que da voz y voto a pequeños estafadores o a presentadores que quieren ser actores y se van de gira cantando la vida triste anterior a todos los éxitos. Fueron grandes maratones a vida y muerte porque sus participantes no tenían nada que perder. Los que sí que tienen algo pueden contemplar un mundo que no les pertenece y restañar sus heridas sin mayores complejos que el de ser espectador un pasivo.

El espectáculo que inició en Avilés su gira por España trae la Gran Depresión al presente nombrando a los personajes protagonistas con los mismos nombres de los actores que los encarnan. Nada de Robert o Gloria (los nombres elegidos por Horace McCoy y Sidney Pollack) y todo de Nuria, Carmen del Conte... Un maratón de los treinta en el siglo XXI bajo un prodigio de luces escénicas (David Picazo) que subrayan la angustia, el sudor, la suciedad... La tristeza de entonces forma parte de la tristeza presente, que hubiera podido escribir C. S. Lewis. El espectáculo es una competición en vivo (cada función es distinta, pero eso a los espectadores les importa poco, a fin de cuentas, sólo van a ver una), que no abandona sus fuentes de inspiración (no tiene problemas en evocar con claridad a la película) y que se ríe de sí mismo echando mano de la influencia pluscuamperfecta de la coreógrafa alemana Pina Bausch (bailarines descoyuntados sobre la arena de una especie Circo Massimo). La tristeza de la Gran Depresión se materializa hoy por obra y gracia de un director como Alberto Velasco con la sabiduría del trabajo duro.

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