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Párroco emérito de San Nicolás

Gran noticia para la Iglesia ovetense

Relato de la historia de los mártires de Nembra, asesinados en octubre de 1936

El Papa Francisco ha firmado el 21 de enero, fiesta de Santa Inés, Virgen y mártir, el Decreto de que los Siervos de Dios Don Jenaro Fueyo Castañón, párroco de Nembra (Aller), y tres socios seglares son mártires asesinados por odio a la fe en octubre de 1936.

Con esta noticia tan esperada ya puedo cantar el "Nunc Dimittis" como el anciano Simeón, pues he esperado hasta los 92 años siendo vice postulador de la Causa de Beatificación de estos Siervos de Dios de Nembra. ¡Bendita la hora en que un sacerdote diocesano y tres seglares suben a los altares! ¿Quiénes son los mártires de Nembra? Don Jenaro Fueyo Castañón, de 72 años, asesinado en su propio templo junto con sus feligreses Don Segundo Alonso González, de 48 años, y Don Isidro Fernández Cordero, de 43 años, días antes de la fecha de este martirio Don Antonio González Alonso, de 24 años.

Nembra es un pueblecito de Aller profundamente cristiano. No llegaba a mil habitantes y tenía exactamente 99 hijos sacerdotes, religiosos y religiosas esparcidos por todo el mundo. Esta es la gran cosecha del pastor tan querido Don Jenaro que en concurso a parroquias obtuvo en propiedad la parroquia. Un hombre preocupado en todos los órdenes de sus fieles, amigo de los pobres que daba en cancha al sindicato minero católico en su parroquia.

Don Segundo Alonso e Isidro Fernández Cordero eran mineros de la Hullera Española del Marqués de Comillas. Con hijos preparándose en seminarios para ser futuros misioneros y religiosas que aprendieron en su casa el amor a Dios hasta el sacrificio. Presidente y Secretario de la Adoración Nocturna Española.

De la talla mística de estos dos mineros hablan las cartas que Segundo escribía a sus hijos seminaristas que han llamado la atención a los teólogos que emitieron su juicio sobre las mismas, y también la despedida de Don Isidro Fernández a sus hijos María Luisa y Darío en vísperas de su martirio.

Como la cárcel no disponía de servicios sanitarios, usaban los de la escuela pública de niños a pocos metros de distancia y, el maestro, buen cristiano, les permitía ver un momento a sus hijos. A su hija María Luisa, uno de los últimos días que estuvo con su padre le dice: "¿Por qué no te escapas como el padre de?". Y me contestó: "No puedo, y además soy testigo de Jesucristo. Tenéis que perdonar a todos como yo les perdono de corazón. Se lo dices a tu madre y a tus hermanos. Se despidió dándome un beso y diciendo que fuese buena con todos".

Y en vísperas del martirio dijo a su hijo Darío: "Dile a tu madre que si quiere, que vaya a Gijón a hablar con el Comité Provincial; pero que ya no hay nada que hacer. A Segundo hace dos días que lo han sacado y no sabemos si vive. Hoy espero que me saquen a mí. Este beso es para tu madre y tus hermanos, ya no nos veremos más. Dile también que no llore porque somos mártires. Nos persiguen y abofetean como a Jesucristo. Rezad mucho por nosotros. En el cielo nos veremos".

El día 20 de octubre se encuentran y se abrazan Isidro y Segundo en la Iglesia parroquial, y se animaban sintiendo un gozo interior, ya que así podían confortarse mutuamente. Al día siguiente traen a don Jenaro de la cárcel de Moreda con otros dos: don Ricardo Martínez García (secretario de la Acción Católica en Moreda y corresponsal de "Región", de profesión practicante), y don Ángel Argedo Díaz Fernández, natural de Pola del Pino Aller (de profesión minero en el pozo de San José de Caborana, que fue prisionero en el puerto, tal vez intentando pasar a León), permaneciendo juntos hasta el martirio más cruel.

Don Jenaro al entrar en el templo toma posesión por última vez de su parroquia, es la hora del sacrificio. Mientras los asesinos celebran una gran cena, ellos aprovechan el momento para la oración de los fuertes preparándose al martirio. Martirio único por sus circunstancias y su crueldad. Pues don Jenaro había bautizado a todos los asesinos y los había preparado para la primera comunión. Ese día 20 de octubre hacía exactamente 25 años había contraído matrimonio don Segundo en esa misma Iglesia, presidiendo don Jenaro.

La hora del sacrificio

Les obligan a hacer su sepultura dentro de la Iglesia y Segundo e Isidro no consienten que su párroco haga su sepultura, y se la hacen delaten del Altar mayor donde celebraba Misa a diario. Ellos escogieron el lugar donde habitualmente solían oír misa juntos.

La muerte consistió en un simulacro de matanza siendo degollados a cuchillo, mientras unas mujeres recogían la sangre, según decían, para hacer morcillas para los carcas. Desangrados Segundo e Isidro y descuartizados pasan a ocuparse del señor cura, don Jenaro, que pese a presenciar tan cruel martirio se mantuvo sereno y no habló sino para absolver y animarlos a morir. El dolor que le causó ver sufrir a sus queridos feligreses, y sobre todo, al ver como decapitaban a uno de ellos y los colocaban en el sepulcro, produjo al anciano sacerdote un ligero desvanecimiento, del que pronto se recuperó.

Don Jenaro, según declaraciones de sus propios verdugos, fue apaleado y escarnecido, interviniendo también algunas mujeres; cuando le tendieron para desangrarles habló a sus verdugos que no podía creer que sus mismos feligreses estuvieran haciendo lo que acababa de ver, pero le pediría a Dios por ellos.

Días antes se produjo el martirio del joven Antonio González Alonso, estudiante de Magisterio en la Normal de Oviedo. Era Adorador Nocturno y llevaba a la sección de Tarsicios con mucho éxito. Insistieron, sin eficacia, en que blasfemara y rompiera objetos sagrados. Como no lo consiguieron, le advirtieron que le cortarían la lengua. Y efectivamente, el día 11 de octubre, le llevaron a Sama y el Comité de Sama lo lleva al martirio. Lo ha contado todo el chófer que se vio obligado a hacer ese servicio. Al pasar junto a la puerta de su casa vio a su madre y Antonio dijo: "Adiós madre, hasta el cielo". Cuando sale del Comité de Sama lo llevan al Alto Santo Emiliano y el chófer observa que echa bocanadas de sangre. Le habían cortado la lengua. Allí mismo le llevaron a una zona y sin oír un tiro volvieron sin él. Lo habían arrojado al fondo de un pozo de mina abandonado, al que tanto empeño había tenido en no perder la oportunidad de ser mártir por Jesucristo.

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