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Don Carnal y doña Cuaresma

"Açercándose viene un tiempo de Dios santo, / fuime para mi tierra por folgar algún rato, / dende a siete días era Quaresma, tanto / puso por todo el mundo miedo e grand espanto." Comienza así el poema épico burlesco que se titula "De la pelea que ovo don Carnal con la Quaresma", que forma parte de "El Libro de Buen Amor", escrito por Juan Ruiz, arcipreste de Hita, monumento literario castellano del siglo XIV y que, como él mismo dice, "compuso, seyendo preso por mandado del cardenal don Gil, arçobispo de Toledo".

Relata que el jueves lardero, que es el mismo jueves de comadres, doña Cuaresma retó a don Carnal a una batalla que se celebraría el martes de carnaval. El día señalado, compareció don Carnal a la cita con sus mesnadas de "gallinas, e perdices, conejos, e capones, / ánades, e levancos, e gordos ansarones". Seguidamente iban los ballesteros, que eran "las ánsares, cecinas, costados de carneros, / piernas de puerco fresco, los jamones enteros". Tras ellos, todo tipo de viandas y vinos, que cenaron opíparamente, por lo que se rindieron al sueño. Es entonces cuando aprovecha doña Cuaresma, con su ejército de ligeros pescados y hortalizas, y vence a don Carnal y sus huestes, que andan torpes por la somnolencia de la pesada digestión. "El primero de todos que ferió a don Carnal, / fue el puerro cuello albo, e feriolo muy mal, / físole escupir flema, ésta fue grand señal, / tovo doña Quaresma que era suyo el real."

Vencido y prisionero don Carnal, tuvo que someterse a penitencias y ayunos durante los cuarenta días siguientes, que por ello se llama a ese tiempo cuaresma y que son los que anteceden al Domingo de Ramos. La dieta que se le impuso a don Carnal fue de "garvanços cochos con azeyte", los domingos; "arvejas", los lunes; "formigos", que es como el cuscús, los martes; espinacas, los miércoles; lentejas, los jueves; "pan et agua", los viernes, y "las fabas et non más", los sábados.

El Carnaval es así una fiesta de entrada a la cuaresma, que de ahí le viene el nombre de entruejo o antruejo, en castellano, y de antroxu, en asturiano. Y de ahí también derivan los disfraces con ropas viejas, que son los andrajos, porque comienza un tiempo que se culmina estrenando ropa, que decía el antiguo refrán: Domingo de Ramos, quien no estrena se le caen las manos. Es la última licencia para los excesos de comer y de beber a la entrada misma de un tiempo de sobriedad preparatorio para la Semana Grande del cristianismo. La cuaresma es una cuarentena de ropajes litúrgicos morados y de privaciones de carnes, de huevos y de lacticinios, salvo en la católica España que tenía la Bula de la Santa Cruzada para los que la compraran por un módico precio y que llevaba aparejada, además, un montón de indulgencias, que salían chutando las almas del purgatorio en manadas que daba gloria verlas.

Todo esto de la cuaresma se ha relajado mucho, que ya ni se nota y la gente come lo que le da la gana sin falta de pagar por la bula. Así que su entradilla, que era el antruejo o antroxu, tampoco se celebra mayormente con andrajos, sino con disfraces de pitiminí para asistir a cenas y bailes al modo veneciano o con los inevitables y horrendos atuendos mejicanos, moros o frailunos para ir de botellón.

Disfrutemos, no obstante, de estos días, igual que hacen nuestros políticos por Madrid, que se están pegando un Carnaval de no te menees, ahora que aún pueden. Como doña Cuaresma, ya nos han retado los hombres de negro europeos a una batalla para que hagamos otra sisa en las cuentas. Sea quien sea el don Carnal que acabe gobernando, nos espera una dura penitencia, otro tiempo de "miedo e grand espanto".

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