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El crimen en casa

La violencia machista como grave problema social

Nadie puede aislarse del contexto inmediato sin recibir de él su influencia. Un suceso trágico no se percibe igual si ocurre en tu barrio o a miles de kilómetros de distancia. No es lo mismo ver por televisión las imágenes de un asesinato y poner nombre a un rostro anónimo que asomarte a la ventana y verlo debajo de casa. La proximidad añade una mayor dificultad para aceptar lo real como lo que es. Hace que nos planteemos si la maldad será natural, instintiva, o quizá producto de un trauma o, por el contrario, voluntaria, consciente y libremente decidida.

Estas preguntas imagino que circularían de boca en boca cuando se supo de ese crimen que se cometió aquí mismo, a dos pasos de donde vivimos, y tuvo por víctima a una mujer a la que, en este caso, muchos pueden ponerle voz, rostro e, incluso, trato. Lo que añade una mayor conciencia de la tragedia y de lo que, realmente, supone la violencia de género. Esa vergonzosa conducta humana que abarca varias facetas: insultos, amenazas, maltrato y crimen.

Cuando de eso se trata, y se condena la vileza del ser humano, todavía hay gente que apela, no sabemos con qué intención, a que siempre, toda la vida, sucedió lo mismo solo que ahora, desde hace unos pocos años, la prensa y los medios han decidido darle mayor difusión.

Confieso que, hasta no hace mucho, lo primero que pensaba cuando leía algo parecido a lo de esa mujer que murió asesinada en El Carbayedo a manos de su marido era que la tendencia que tienen algunos hombres a creerse dueños de la persona con la que viven en pareja, quizá pudiera venir de la idea de matrimonio que inculca la iglesia católica y del concepto de virilidad y orgullo machista, heredado del régimen anterior. Pero como uno nunca se fía del todo de sus ocurrencias y procura documentarse, quedé de piedra cuando di un repaso a las estadísticas y leí que el año pasado murieron, en Francia, 118 mujeres y 25 hombres, víctimas de la violencia doméstica.

La sorpresa fue todavía mayor cuando seguí leyendo y comprobé que, en un país aparentemente tan civilizado como Finlandia, el índice de violencia de género es superior al nuestro. Y el asombro llegó con un Estudio de la Violencia, elaborado por el Centro Reina Sofía, en el que España figura a la cola en cuanto al asesinato de mujeres; muy por debajo de países como Finlandia, Suecia, Dinamarca, Noruega o, incluso, Alemania.

No es, precisamente, un consuelo saber que en el primer país donde las mujeres tuvieron derechos políticos, entre ellos el voto, son más brutos y más bestias que nosotros. Figurar en ese ranking un par de puntos, o tres, por debajo no puede tranquilizar ninguna conciencia. Añade una preocupación mayor pues nos lleva a pensar que ni con mejor educación ni con mayor igualdad de derechos se acaba con esa lacra. Por si fuera poco, han detectado una violencia de nuevo tipo: padres y abuelos maltratados por sus hijos y sus nietos. Una violencia, todavía en el armario, que hay que sumar a la de género y pinta un panorama muy negro. Se suele mantener en secreto pero, aun así, las denuncias a menores que amenazan, agreden o aterrorizan a sus padres o sus abuelos han aumentado un 30 por ciento en los últimos dos años.

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