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Saque y volea

Una reflexión sobre la evolución del tenis

Hace unos cuantos días, concluyó la edición 150ª. del Abierto de Australia de tenis con la victoria en el cuadro masculino del serbio Novak Djokovic. Es la sexta vez que lo consigue, igualando con este nuevo título a los legendarios Bjorn Borg y Rod Laver en el número de victorias en torneos del Grand Slam. Ya tiene 11, solo a seis del líder, Roger Federer.

Novak, el dominador del tenis actual, es un jugador frío, hierático, distante, una máquina con el engranaje perfectamente diseñado para no cometer errores en el transcurso de los partidos. Llevando la vista atrás, recuerda al checo Iván Lendl, aquel tenista témpano que vivió su mejor época en la década de los 80 y que adornaba su gélido proceder con elevadas dosis de antipatía. Nada extraño que la inmensa mayoría de los aficionados disfrutáramos con la victoria y el saque de cuchara que le realizó Michael Chang en la final de Roland Garros de 1989.

Stan Smith, Pat Cash, Jimbo Connors, Boris Becker, Rocoe Tanner, Stefan Edberg, Pete Sampras, Patrick Rafter, el irrepetible John McEnroe... ¿Recuerdan a estos jugadores? Los aficionados que admiran el estilo de juego de saque y volea, seguro que sí. Todos tenían un denominador común a la hora de jugar, todos compartían la misma filosofía: atacar, atacar y atacar. El servicio y la subida a la red eran su apuesta, una opción constante cuando poseían el saque y frecuente cuando jugaban al resto.

Dejó de interesarme el circuito desde que desaparecieron este tipo de tenistas; el último, el británico Tim Henman, en 2007. Con ellos, se marchó la posibilidad de disfrutar en cualquier momento de puntos espectaculares con toda la variedad de golpes, apareciendo un alto porcentaje de voleas en sus distintas formas, botes prontos, smashes, passing-shots y lobs. En la actualidad el juego ha quedado básicamente reducido a un duelo desde el fondo de la pista con largos peloteos en los que el objetivo fundamental reside en evitar los errores no forzados. Las estadísticas son evidentes: en la final de Wimblendon de 1990 entre Edberg y Becker se ganaron 233 puntos en la red, mientras que en la última del 2015 entre Djokovic y Federer, esa cifra se redujo a 62. Puede que ahora haya mayor riqueza táctica, pero la diversidad, componente básico del espectáculo, ha desaparecido.

"El tenis de saque-volea es un arte perdido. Todo el mundo se está quedando atrás y enviando piedras desde allí", lamentó recientemente Pete Sampras en el transcurso de una rueda de prensa. Resulta paradójico que la evolución de los materiales haya propiciado en otros deportes una mayor espectacularidad y en el tenis la haya reducido. Entre otras cosas, hemos llegado al tipo de partidos con juego de fondo que hoy imperan por la ralentización de las pistas -la hierba de Wimblendon es un claro ejemplo- y por la mayor potencia de pegada de los jugadores que viene propiciada por la evolución de las raquetas hacia estructuras cada vez mas ligeras sin detrimento de la rigidez. Así jugadores como el mismísimo Roger Federer, que al comienzo de su carrera competían con una actitud de ataque, tuvieron que convertirse en conservadores para adaptarse a los nuevos tiempos.

No obstante, en mi nula atracción por los actuales tenistas con juego de fondo que hoy se han impuesto, hay una excepción. Se trata de aquel muchacho que hizo de abanderado en la final de Copa Davis del año 2000 cuando Corretja, Albert Costa, Balcells y Ferrero lograron el primer título para España. Es Rafael Nadal, un deportista con una fuerza mental prodigiosa que transmite valores de lujo: honradez, tenacidad y modestia. Ahora, en Melbourne, las cosas no le fueron bien y cayó eliminado en primera ronda por Fernando Verdasco en cinco sets después de cuatro horas y cuarenta minutos de juego. Desde que en el 2014 perdió la final australiana mermado físicamente, las lesiones le han perseguido y, desde entonces, solo volvió a la cúspide ganando ese año Roland Garros por novena vez.

Cuando Miguel Induráin bajó de la bicicleta camino de Covadonga, todos los aficionados, en este caso al ciclismo de fondo en carretera, supieron al instante que se había acabado una época difícilmente repetible. La Santina le dijo aquel día al corredor vasco lo que tenía que hacer. Ojalá no le indique nada a Rafa en este sentido y pueda jugar unos cuantos sets más. Por lo menos, los necesarios para que anote su décima muesca en París.

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