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Estudiando latín

Un repaso a los autores clásicos, de los que podrían aprender mucho los políticos en activo

Hubo un tiempo en que el latín era una asignatura obligatoria que se estudiaba en el Bachillerato Elemental. Cuando se concluía éste, a los catorce años si no se repetía, había que someterse a una prueba de reválida, sin que se conozca que haya traumatizado a nadie, seguramente porque por entonces no había psicólogos ni falta que hacía. Superada la prueba, había que elegir entre el Bachillerato de Ciencias y el de Letras. Si se optaba por este último, el latín era una asignatura fundamental.

El procedimiento para estudiar latín en el Bachillerato Superior de Letras consistía en la traducción de los grandes autores romanos. Cada curso se dedicaba a una obra, que iban de menor a mayor complejidad literaria y, por tanto, de traducción. Se comenzaba con "Sobre la guerra de las Galias", de Julio César, que es un verdadero tratado de estrategia militar y, por eso, lo estudió y comentó Napoleón. Podría decirse que su redacción es ligera y periodística, así que se leía: "Gallia est omnis divisa in partes tres", y el bueno de don Enrique Álvarez Iglesias, acto seguido, decía: "¡Vamos, amigo, a traducir, que esto es castellano!". Antes o después y tras varios intentos fallidos, con absurdas barbaridades incluidas, alguno acababa más o menos acertando en que la Galia está toda dividida en tres partes.

En el curso siguiente se complicaba el asunto. Los textos sobre los que se estudiaba y traducía eran "Las Catilinarias", que es un compendio de los cuatro discursos que Cicerón pronunció en el senado romano contra Catilina, que aspiraba a ser cónsul en las elecciones del año 63 antes de Cristo por medios algo dudosos; como si dijéramos, para entendernos, que los discursos de un Rajoy contra un Pablo Iglesias. No estaría mal que los políticos actuales lo leyeran con provecho y pudieran aprender algo de oratoria, mayormente porque no nos dieran los peñazos, burdos y ordinarios con que nos castigan. Nos deleitaríamos, así, con frases tan elegantes y precisas como aquellas que dicen: "¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo aún esta locura tuya jugará con nosotros? ¿Cuándo acabará tu desenfrenada audacia?"

Un curso más adelante se adentraba en el difícil ámbito de la poesía épica con el monumento literario de "La Eneida", que es la gran epopeya nacional romana. Relata el origen mítico fundacional de Roma por medio de Eneas, príncipe exiliado después de la guerra de Troya, al que el destino depara de forma inexorable su llegada a Italia y crear allí la estirpe de las grandes familias romanas, tras un viaje con numerosas peripecias, transportando piadosamente a hombros a su anciano padre hasta que éste fallece.

A lo largo de los siglos siempre se ha considerado a "La Eneida" como un libro esencial de la cultura occidental. Hasta hace poco era de obligado estudio en todos los países europeos, fuera directamente en latín o traducido a lenguas vernáculas. Numerosas obras posteriores se han inspirado en algunas de las hazañas de Eneas, como en la escala que hace en Cartago, donde se enamora de él la reina Dido, que se acaba suicidando, tras la partida del héroe para cumplir su destino, y que constituye el argumento de la ópera de Purcell, en la que se incluye la que se ha considerado el aria más triste jamás compuesta y que, por eso, los ingleses tocan en los actos ceremoniales del Día de la Amapola, el 11 de noviembre, en honor de sus caídos en las guerras.

Virgilio escribió "La Eneida" por encargo del emperador Augusto para glorificar a Roma, a su régimen imperial recién instaurado y a sí mismo. Nunca llegó a concluir su libro pues falleció antes de lograrlo. Pero cumplió con creces con la encomienda, porque dejó una obra maestra de la literatura universal. Los actuales propagandistas del poder y de sus partidos, tan mediocres, se ve que no han estudiado latín.

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