La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Otros mundos superiores

La falta de elevación del espíritu en una sociedad apegada a lo terrenal

Cuando era adolescente me quedó grabada una frase extraordinaria, que leí en un libro único, la cual desafiaba los límite de la lógica y la razón. Figuraba al principio de un texto extraordinario que en los años sesenta inauguró el Realismo Mágico: "El retorno de los brujos". Sus autores, los franceses L. Pauwels y J. Bergier, fueron los primeros en adentrarse en el lado no ortodoxo de la realidad, divulgando conocimiento esotéricos y secretos, muy poco conocidos hasta entonces.

"Hay otros mundos, pero están en éste", esas palabras del místico y escritor P. Eluard revelan que no se necesita viajar a galaxias lejanas o experimentar un contacto extraterrestre para conocer mundos nuevos; en los más profundo de la realidad, en lo más numinoso del misterio, se haya la explicación adecuada de todo cuento sucede; solo se precisa investigar el lado oculto de las cosas, no despreciar lo que se ignora y creer con fuerza en las verdades no reveladas.

El que busca en lo exterior jamás halla lo que necesita: en las fuentes internas se haya la llave de todas las certezas. El que busca dentro de sí alcanza la solución de sus males, la fórmula de la eterna juventud, la piedra filosofal de los milagros y la puerta abierta que le conduce hacia la eternidad.

Un mundo entregado a lo material, regido por la lógica cartesiana y la mal llamada razón, adorador de necesidades superficiales, desposeído de verdades dogmáticas, contrario a lo trascendente y lo divino, amigo de lo vano y superficial, que confunde el valor con el precio y desprecia cuanto ignora es fiel reflejo de la falta de motivaciones superiores.

No somos felices porque no creemos en la felicidad; no aspiramos a más porque nos conformamos con menos. Cuando el alma queda atrás, la sociedad no tiene energía para seguir adelante. Los que más hablan son los que más tienen que callar; la mediocridad de muchos políticos y dirigentes, sus ansias de notoriedad, su falta de ética a nivel general, generan desconfianza e inseguridad, conforman un panorama desolador. El miedo al futuro, las crisis financieras, la falta de trabajo y una visión pesimista de lo terrenal son motivos suficientes para que se deje de pensar en lo que verdaderamente merece la pena.

La dependencia de las nuevas tecnologías es el arma moderna que los amos reales, los expertos de la manipulación de masas, han creado para eliminar los últimos vestigios de la cultura, la ideología y la educación: una herramienta que reduce el diálogo y genera adicción termina siempre mal. En un mundo en crisis el amor es sustituido por la ambición y el deseo, la fe por las creencias profanas y la sabiduría por la necedad. Y todo ello con el plácet de los que se creen todopoderosos porque son famosos, ganan dinero y salen en televisión. ¡Qué lástima percibir una sociedad apagada de luz, transida de enfermedades nerviosas, vacía de Dios, esclava de los bienes, sin motivos exquisitos, conformista con las injusticias, cómplice de la vulgaridad y ahíta de apariencias frágiles!

¿Se puede llegar a algún sitio válido y permanente con las alforjas vacías de un espíritu elevado? Cuando las fuerzas de la inteligencia decaen y la inercia se transforma en una forma acostumbrada de vida, donde faltan motivos valerosos y ardientes para crecer, el refugio en lo material gana enteros. El corazón se fosiliza cuando dejamos de ser niños y perdemos las ilusiones infantiles de una vida mejor, donde brilla el sol de la alegría y nacen solas las hierbas de esperanza.

La otra realidad es la que manda, conserva dogmas inconcusos, posee verdades infinitas, da a quien la recibe el calor de una transformación súbita hacia la gracia, origina mundo sutiles, confianza sin par, enseña a vivir con respeto y armonía, ama los reinos invisibles, protege la ley de la verdad, es enemiga de la desgracia, utiliza la caridad como mano amiga del hombre, cree lo que salva, ve portentos y prodigios sin cesar, es feliz con lo pequeño, no aspira a la grandiosidad de las apariencias vacuas, conserva la belleza del ángel, la mirada del sabio, la paciencia de una madre y la generosidad de un niño.

El que no asciende por el árbol de la sagrada realidad no cree en la supervivencia de la vida, los cuerpos exquisitos, considera que la tierra es la única patria y es desagradecido con los dones recibidos. El universo virtual, la ausencia de nobles sentimientos, la moneda única a nivel mundial, la igualación absurda de la inteligencia, el pensamiento unificado, la muerte de Dios, el apego a lo manifestado, la adoración al becerro de oro conforman una realidad desoladora. Peor que aceptarla es creer que es buena y positiva. Cuando la mente se cierra, el corazón no puede ver; sabes más un niño feliz que un sabio entronizado; es más dichoso un ser que ama que el que posee un vasto y fabuloso tesoro: cuando se cree que se necesita mucho dinero para vivir se está enterrando el cultivo de los esencial.

Cada vez hay más locos en un mundo sin sentido; si no despertamos a la otra realidad estaremos perdidos, nadie nos va a rescatar de nuestra ignorancia. Es preciso combatir los enemigos internos, no darse nunca por vencido, hacer caso omiso de los falsos consejos y no dejarse llevar por las promesas interesadas.

Compartir el artículo

stats