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Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

La muerte de los justos en la democracia

El otro día, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias Turrión, echó cal viva sobre la memoria de Felipe González. Y eso no gustó nada a los socialistas. Iglesias se defendió: "Yo sólo he dicho la verdad". Esto -la verdad- es materia moral para discutir con largueza. En el siglo XXI, el poder judicial la determina. En el año 399 a.C., en Atenas, sin embargo, no; entonces era cosa de la asamblea ciudadana. El poder legislativo estaba también para determinar la verdad y la justicia. Iglesias Turrión dijo esto de la cal viva y se quedó tan vivo. E invocó, posteriormente, el pacto del beso y es que él está para repartir todo el amor que expele por cada uno de sus poros. Sócrates, en el siglo IV A. C. también habló de "la verdad" y hacerlo con pertinacia le valió una condena a muerte: el pueblo le ordenó que se suicidara, la pena más humillante de todas. No eres digno ni de una ejecución oficial. Pero con esto no digo que Iglesias Turrión sea Sócrates, nada más lejos. Iglesias Turrión reparte amor y Sócrates sabiduría. Uno puede hablar y, al otro, por hablar, le eliminaron. La memoria de quienes conocieron a Sócrates son los cimientos de "Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano", la tragedia de Mario Gas y Alberto Iglesias que llenó antes de ayer el auditorio del Centro Niemeyer, un trabajo descomunal de un descomunal José María Pou, que parece que ha nacido para dar vida al hombre más sabio que nunca vio la historia.

"Cuando el veneno llegue al corazón, todo habrá terminado", se escucha en un momento dado. "Sócrates" reconstruye el proceso por corrupción e impiedad al que fue sometido el maestro de Platón, el discípulo de Anaxágoras. Un hombre mayor, pobre, que enseña a quienquiera escucharle el camino hacia la verdad, el que sostiene que la verdad no es la que cuentan, que el futuro se forja con la acción, la razón y la honestidad. Y todo esto sale de la voz y de la presencia de un actor pluscuamperfecto como es Pou, capaz de imprimir realidad al profesor de "Los chicos de historia" o al restaurador de "A cielo abierto". Pou es un gigante cuando explica a Critón (Carles Canut) que tiene que aceptar el suicidio, que eso lo ha determinado la asamblea y que él ha luchado para la que la asamblea acuerde el camino a seguir en el futuro, que eso es la justicia, que eso es la democracia... aunque empiece a estar corrupta. Y se cree así la congoja.

Lo menos bueno de "Sócrates" está en la estructura prefabricada de un guión que causaría angustia en manos de Shakespeare, pero que no cala del todo en manos de sus autores: el prólogo parece extraído de "El mundo de Sofía" y la última intervención, del discurso final de "El gran dictador". Los dos autores insisten en dejar claras sus intenciones, pero no es preciso. Está Pou.

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