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La otra realidad

Velar y despertar

Las enseñanzas del alquimista y escritor Gustav Meyrink

El alquimista y gran escritor Gustav Meyrink, nacido en un hotel de Viena a mediados del siglo XIX, autor de la famosa obra "El golem", escribió, a principios del siglo XX, una novela llena de profundo significado esotérico y espiritual: "El rostro verde". En ella, decía cosas tan profundas y trascendentes como estas: "La llave que nos hará dueños de la naturaleza interior está oxidada desde el Diluvio. Se llama: velar. Velar lo es todo...". Como le sucede a los seres especiales murió de forma singular: un 5 de diciembre, aniversario del fallecimiento de Mozart, y en una casita a orillas del lago Starnberg, en cuyas aguas, tiempo atrás, se adentró el rey loco de Baviera, Luis II, para huir de las tempestades de este mundo.

Los que creen que están despiertos porque han salido del sueño nocturno cometen un grave error; si no se modifica el ser, el estado de vigilia es la continuación de un sopor mental, otra manifestación de la condición dormida. Para despertar, en realidad, hay que trabajar por dentro, afinar el espíritu, huir del mundanal ruido, practicar todas las técnicas ascéticas e iniciáticas de superación, relegar al ostracismo la tontería universal, lo superfluo y banal, el alejamiento de las muchedumbres varias, saber estar dentro del ser inmortal, hacer el bien sin mirar a quien y, sobre todo, abrir la conciencia divina, esa que se consigue cuando el alma atisba un destino mayor y el cuerpo se transforma de verdad en el templo sagrado del espíritu. En el avance interior las palabras sirven para bien poco. Escasos son los que despiertan a su yo inmortal; una sociedad vacía por dentro, que fomenta el apego a lo material, goza y se deleita en el crecimiento de la enfermedad, la apatía y la muerte cultural, no puede engendrar mentes tendentes al sano y necesario despertar. Todos los grandes místicos, poetas, seres evolucionados, almas sensibles, buscadores de la verdad y aspirantes genuinos a la sabiduría, fueron tras las pistas esquivas del nuevo nacimiento. Si no abrimos los ojos a un reino celestial la tierra se quema por el fuego de la ignorancia. Los que gobiernan a los hombres quieren un mundo a oscuras, inteligencias apagadas.

Cuando amamos encendemos la chispa del fuego eterno, nos convertimos en seres pensantes, hacedores de milagros soberbios, nos transmutamos por dentro; cuando hacemos el bien a cambio de nada el mundo malo se transforma; cuando recuperamos el niño interior sentimos a Dios en cada instante, las voces de los desalmados pierden su potencia, somos felices sin nada y nada nos amedrenta ni angustia. El poder del bien es omnipotente.

El mundo está mal porque las gentes viven dormidas, no saben en qué consiste velar y despertar. Los que aplauden el mal llamado progreso tecnológico, el avance de la informática sin igual, la creación de monstruos futuros, el castigo de la cultura y el adiós definitivo a la suma educación ignoran que son instrumentos al servicio de fuerzas enemigas de la evolución. No hay peor esclavitud que un modernismo mal entendido; no existe peor progreso que el olvido generalizado del auténtico progreso interior. Se va por mal camino cuando el cielo es negado, Dios crucificado, el diablo adorado y el consumo se torna generalizado.

Son pocos los que creen en las verdades que de niños creían; cada vez son menos los que luchan en defensa de los valores eternos y sus derechos individuales, las virtudes teologales y por aquello que es tan necesario como la vida misma: el amor a la humanidad. Siento penas en mi pecho cuando atisbo el escaso amor que contemplo; sufro llamas interiores cuando me percato del rumbo lastimero que el hombre da a sus pasos. Un corazón que no ama solo puede crear barbaridades en su derredor. La vida se nos va de las manos si no valoramos el alto arsenal creativo que albergamos. Es preciso luchar para ganar; combatir para no ser esclavizados por los amigos de la nulidad, ignorar las falsas promesas de los que mandan, seguir la voz interior, cultivar los altos andamios de las flores que destilan olor a Santidad. Ponerse en el lugar de los demás, construir un mundo más justo y más humano, ajeno al qué dirán, contrario a las tormentas absurdas y las pasiones vanas es harto fundamental para calificar las condiciones necesarias de un reino donde todos los hombres seamos hermanos y la luz de la verdad nunca deje de brillar. ¡Despierta para que tus sueños se hagan realidad; vela para que Dios esté junto a tu altar!

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